Opinión
Editorial: Nunca apoyaremos la guerra

En los momentos crÃticos en los que el pueblo se prepara para decidir su futuro, y elegir un camino tan importante como el perdón o la guerra hasta sus fines más imprevisibles, un medio de comunicación debe aceptar la responsabilidad de expresar claramente sus lÃneas de pensamiento.
No sólo porque con eso se compromete con unos lectores a quienes les debe transparencia informativa y compromiso de honestidad, sino porque en algunos momentos claves de la historia es un deber decir cuáles son los ideales y valores que amparan cada uno de nuestros esfuerzos.
En esta publicación donde impera el diálogo, el principio de información y libre expresión, el respeto a las diferencias ideológicas, de género y étnicas, el amor a la creatividad, la originalidad, el conocimiento y el mérito, NUNCA apoyaremos la guerra como propuesta final y más si se trata del único punto que diferencie a unos candidatos.
Nunca apoyaremos el odio entre vecinos o la indiferencia hacia los que mueren en el campo de batalla. Nunca consentiremos que el lenguaje de las armas sea un método para llegar a la pacificación de un paÃs. Y siempre miraremos a que esas ideas que buscan el fin por encima de todo medio sean denunciadas.
Creemos en la fuerza del consenso, en el triunfo de la verdad, pero sobre todo, en el poder de la reconciliación –con uno mismo y con todos–. Por eso, nunca fomentaremos el odio ni aceptaremos muestras de odio públicas hacia cualquier persona, clase o tipo de pensamiento.
No podemos alentar a romper un proceso de paz y bajar los brazos en un momento decisivo, cuando los factores juegan a favor y, sobre todo, cuando no existe otra alternativa clara que la guerra. Lo que requiere esta etapa histórica es demostrar confianza en uno ideales. Ideales tan básicos como el derecho al perdón y la reconciliación colectiva.
Ante las exclamaciones de recelo, de venganza, o incluso términos ambivalentes y confusos que debilitan los principios de la democracia universal, sólo podemos responder con un eterno esfuerzo de diálogo y un compromiso  firme y contundente en contra de los males que permiten la violencia: la corrupción, el abuso de autoridad, y la falta de educación y justicia equitativas.
Colombia se merece un ejemplo de confianza y un ejemplo de justicia. Pero no un ejemplo  fundamentado en una diatriba guerrera.
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