Opinión

Burros viejos y drogos nuevos

Diógenes Armando Pino Ávila

24/04/2015 - 06:40

 

En mi pueblo y en los demás pueblos de la costa, hubo consumidores, marihuaneros que rompieron los cánones sociales de la localidad, eran jóvenes rebeldes y adultos jóvenes que cayeron en la tentación de probar la hierba prohibida y se volvieron adictos.

Nosotros los identificábamos, pues todos ellos tenían una impronta reconocible, lucían zapatos mocasines de color blanco, no usaban medias, les gustaba vestir pantalones blancos para chicanear los días domingos, fumaban cigarrillos Lucky a los que llamaban «soda» por ser blanco y sin filtro y de tabaco bastante fuerte, lo usaban después de «la quema del castillo» como llamaban a su «traba». 

El pueblo los empezó a llamar «cocacolos», palabra muy en boga por esa época, y entre los jóvenes les llamaban «burros» por aquello del consumo de hierbas. El hombre costeño, rebelde y creativo por naturaleza, y que desde siempre se resiste a llamar las cosas por su nombre, y que siempre manifiesta esa rebeldía rebautizando con sobrenombres a «los pelaos» y a todas las cosas de su entorno, no se quedó ahí, en llamarlos «burros», más adelante los llamó «menecos» o «polencos», palabras inventadas por el magín costeño para no llamar burro al burro.

Total, estos «burros», «menecos» o «polencos» eran los chicos «in» de la década de los 60s y 70s, que piropeaban con elegancia a las jóvenes, eran los que rompían las reglas de nuestra sociedad, se caracterizaban por caminar con la cabeza algo inclinada hacia adelante, zancadas largas y despaciosas. como si siempre estuvieran subiendo escalones altos. Cuando estaban bajo los efectos del cannabis se levantaban el cuello de la camisa como un símbolo del viaje en que estaban metidos, hablaban con voz pausada y grave sosteniendo el aire en sus pulmones como si estuvieran reteniendo el humo de la última aspirada de su tabaco de marihuana.

Eran unos «burros» simpáticos, no violentos, raros si se quiere, incluso se puede decir que eran unos «menecos» buenos, con un alto sentido ecológico que no gustaban del consumo de químicos pues se sentían supremamente encantado con la naturaleza y su hierba. Se caracterizaban por ser alegres, buenos bailarines que les gustaba bailar salsa en solitario y en la tienda o bar de la esquina deleitaban a los presentes con sus pases acrobáticos y graciosos acompañados por un juego de movimientos de piernas rítmicos, al compás de la descarga salsera de moda en el momento. Cuando estaban sentimentales, se deleitaban oyendo las canciones de Alci Acosta y las de su inmortal Daniel Santos al que llamaban «El maestro».

Ahora no. Ahora, nuestros muchachos consumen otras sustancias, «bazuco», cocaína, y otras combinaciones peligrosas derivadas de la cocaína. Ahora también son identificables, pues ocultándose en la moda juvenil, se afeitan parte de las cejas, usan pantalones de botas ajustadas, se motilan diferente, lucen aretes en las orejas y se comportan diferente. En el colegio es fácil detectarlos por su bajo rendimiento, por propiciar los desórdenes y sabotear las clases. El educador los identifica por la falta de interés en el estudio, por querer seguir todas las modas, por su mal humor y su altanería, por querer sobresalir con las cosas negativas, por su «asusentismo» en clases o por lo que los educadores llamamos «presentismo» que es estar en clases físicamente con la mente y el pensamiento fuera de la escuela.

Los padres deben identificarlos por sus cambios de conducta, su ansiedad al estar en casa, por su deseo de independencia temprana, por haber cambiado a sus amigos de siempre por otros nuevos y de igual características a él, por el requerimiento permanente de dinero, por la pérdida de dinero en casa (y en los casos avanzados) la perdida de prendas y pequeños artefactos de valor en el hogar. El problema llegó a nuestros pueblos, está aquí, es probable que esté en tu hogar, que sea tu hijo, prende las alarmas y comienza a controlar a tus hijos.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

@Tagoto

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

La otra cara de nuestra región

La otra cara de nuestra región

  A lo largo de la historia los habitantes de la costa Caribe hemos sido víctimas de señalamiento en lo extenso del territorio naci...

Editorial: La íntima relación entre poesía y Valledupar

Editorial: La íntima relación entre poesía y Valledupar

En una reciente entrevista, la autora del himno de Valledupar, Rita Fernández Padilla, recordaba la sensación de crecimiento artísti...

La magia de escribir

La magia de escribir

Hace muchos años mantuve una columna periodística en, gracia de la generosidad de Lolita Acosta y Gilberto Villarroel, El Diario Vall...

Un compromiso con el acuerdo final

Un compromiso con el acuerdo final

Del acuerdo final al que el pasado 24 de agosto llegaron el Gobierno Nacional (en representación del Estado colombiano) y la guerril...

Música Vallenata y Sabanera: una confrontación peligrosa

Música Vallenata y Sabanera: una confrontación peligrosa

Al leer con supremo detenimiento el artículo de Abel Medina, me he enterado de un libro publicado por un destacado folclorista e inves...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados