Opinión

Liturgia por el agua y por el río

José Atuesta Mindiola

07/10/2015 - 05:20

 

El agua es la fuente primigenia de la vida. En el río amniótico del vientre materno iniciamos el periplo terrenal, por esos somos navegantes por instinto. De esos primeros meses flotando en el río interior viene nuestra liturgia por el agua. El agua es la primera bendición que evidencia el ingreso a la cofradía católica, es higiene y alimento para el cuerpo y el espíritu. 

Necesitamos tanto del agua que nos regocijamos en su hidrolatría: ofrendamos el desfile de la lluvia, el camino vegetal del río, el escarceo de los mares con el blanco tropezar de las olas. El agua fluye por los cauces interiores renovando las células del cuerpo y  es por naturaleza origen de vida y sinónimo de fiesta. La belleza y la alegría de nuestros pueblos son en gran parte, por la presencia de los ríos. Un pueblo sin río es resecamente triste.

Los ríos son patrimonio inalienable de la humanidad, no tiene dueños. La misión del ser humano  es cuidar y proteger la conservación de lagunas y las corrientes de agua. A pesar de que existen normas  e instituciones para fortalecer la defensa de los ríos, el deterioro es progresivo. Hay ríos que parecen tener dueños, que  desvían su cauce, le usurpan sus aguas, y en algunos casos, lo convierten en basureros de desechos orgánicos e industriales. No deja aún de ser bárbara la decisión, tan comentada y cuestionada, de la empresa Emdupar de verter las aguas negras del alcantarillado de Valledupar a las corrientes del río Cesar, cerca del puente Salguero.

Los pronósticos científicos avizoran épocas cada vez más prologadas de sequía. La acumulación en la atmósfera de humo y otros gases productos de la combustión, fenómeno  conocido como “efecto Invernadero”, ocasiona recalentamiento en el planeta y descongelación de los nevados que son reservorios de agua. La gran minería  desvían el cauce de las aguas y las motosierras acaban con los bosques en las riberas. A esto se le suma la explotación permanente de los ríos, hasta el punto de que la mayoría de peces y otros animales acuáticos ya están en vía de extinción.  En épocas anteriores se hablaba de vedas o prohibiciones que a los pescadores imponían las entidades oficiales encargada de la protección de los recursos naturales. Ahora se ven llegar los carros cargados de pescados de todos los tamaños, frente al silencio cómplice de las autoridades.  

A propósito del desvío de los ríos, los indígenas guardianes de la naturaleza, hablan con esta tradición: Un rio nunca anda solo. Hay un río macho y un rio hembra. Siempre andan juntos, uno arriba que fluye en los colores del viento y otro abajo, invisible a la música del aire. Si el macho lo desvían de su cauce, no podrán cantar victoria los usurpadores del agua. Llegará  el momento en que el río macho vuelva a su antiguo lecho a buscar  al rio hembra. Su designio es vivir unidos. 

 

José Atuesta Mindiola

Sobre el autor

José Atuesta Mindiola

José Atuesta Mindiola

El tinajero

José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).

Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.

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