Opinión
La cultura del olvido
Es habitual escuchar a la mayoría de la gente que vive en Valledupar, hablar con enojo o desesperanza sobre los múltiples problemas que tiene la ciudad: mal transporte público, inseguridad, desempleo, prestación deficiente de los servicios domiciliarios, crisis financiera del municipio… Sin embargo, pocos mencionan una de las dificultades más nocivas, más punzantes: la falta de una política pública que permita hacer de la cultura, que es nuestro principal potencial, un instrumento de transformación social y económica.
La cultura no solo es música vallenata (como muchos piensan en Valledupar), también es cine, teatro, danza, pintura, escultura, lenguaje, historia, costumbres… Y estas expresiones, cuando se ofrecen las garantías para su desarrollo, pueden influir de manera determinante en los distintos aspectos de la vida del ser humano. No obstante, la mayoría de la ciudadanía y, por ende, la administración local (esta es ejercida por quienes aquella elige) muestran un eminente menosprecio hacia la cultura y su capacidad para generar cambios.
En muchas ciudades del mundo han comprendido que la cultura, como señaló alguna vez Gabo, es “el aprovechamiento social del conocimiento”. Por ejemplo, en Argentina, la Fundación Teatro Argentino de La Plata, que tiene como objetivo llevar las artes escénicas a un público amplio, desarrolla las destrezas de jóvenes y adultos desempleados a un costo mínimo y, cuando finaliza el curso, muchos de ellos encuentran trabajo en instituciones de producción y teatro.
Aquí en Colombia, en Medellín, los parques y bibliotecas se han convertido en espacios públicos para el desarrollo de los niños, la recreación familiar y la prevención del crimen. Además, su arquitectura rompe con el prejuicio de que la belleza y el diseño son exclusivos de los ricos, pues la mayoría de estas obras están ubicados en barrios marginales.
La indiferencia ciudadana y política ha ocasionado un sinnúmero de problemas a la cultura en Valledupar. Hoy no se cuenta con la infraestructura, los programas y los servicios pertinentes para promover el talento local. Pocos dimensionan que hacen falta teatros, museos, bibliotecas, parques, talleres, festivales de diferentes manifestaciones artísticas... Pocos saben del concepto de economía creativa, que estimula el progreso y el rechazo al delito, mediante el conocimiento de la gente y la historia de las ciudades.
Valledupar está perdiendo su vocación netamente agrícola y ganadera. Por su esencia y cualidades actuales, lo más provechoso es que se empiece a consolidar como una ciudad turística, universitaria y ecológica. Por eso causa angustia que la cultura, que es clave para impulsar lo antes señalado, esté quedando en el olvido.
Me ilusiona que el alcalde electo, Tuto Uhía, diga que va a convertir a Valledupar en un “Distrito turístico, cultural y ecológico”. Aunque me preocupa que durante la campaña, en una reunión con un colectivo de artistas, manifestó: “Yo quiero hacer algo grande con la cultura, tan grande, pero tan grande”. Hizo una pausa, alzó los brazos como alabando a Dios y añadió: “…que no me cabe en la cabeza”.
Carlos César Silva
Sobre el autor
Carlos Cesar Silva
La curva
Carlos César Silva. Valledupar (Cesar) 22 de noviembre de 1986. Abogado de la Universidad Popular del Cesar, especialista y magister en Derecho Público de la Universidad del Norte. En el 2013 publicó en la web el libro de artículos Cine sin crispetas. Cuentos suyos han sido publicados en las revistas Puesto de Combate y Panorama Cultural. Miembro fundador del grupo artístico Jauría. Cocreador del bar cultural Tlön.
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