Opinión

Don Emiliano y Rafael, comunistas de mi pueblo

Diógenes Armando Pino Ávila

06/12/2018 - 22:55

 

Don Emiliano y Rafael, comunistas de mi pueblo

 

Entró por la calle principal, montado en una mula-rucia de paso cansino, llevaba al cabestro otra mula ruana, que en sus lomos cargaba varios bultos de mercadería cubiertos por un hule negro como protección contra el sol o la lluvia. Miraba curiosos a lado y lado de la calle donde se alineaban pequeñas casas de bahareques y techos fabricados con hojas de palma amarga, detenía la vista en algunas casas altas espaciosas de techos de láminas de zinc y paredes de bahareque.

Su sentido de comerciante medía las posibilidades de negocios para los habitantes de esas casas, sopesaba el poder adquisitivo de ellos por el tipo de edificaciones donde vivían. Tenía la tranquilidad de que los productos que iba a vender eran consumibles para todos. Preguntó a un joven «¿Dónde queda la casa de Leticia?». El muchacho le mira con desconfianza y le dice: «¿La que vende peto?». Él asiente con la cabeza, el muchacho alarga el brazo y le señala con el dedo: «Derecho a dos cuadras, afuera frente a la casa hay dos mesas de madera con unos peroles. Ella vende peto y panochas».

En efecto, a dos cuadras encuentra la pequeña casa donde una morena de pelo lacio, labios pintados de rojo, luciendo varias cadenas de oro en su cuello, un anillo de oro también en cada dedo, atiende la venta de peto y panochas donde varios hombres conversan mientras consumen sus productos. Emiliano, así se llama, detiene sus mulas, las amarra en uno de los almendros que proveen la fresca sombra al negocio de Leticia, no se afana, sabe que lo están observando con curiosidad, afloja un poco la cincha de las mulas y parsimonioso se acerca a las mesas. Saluda quitándose el sombrero, pide un peto y se sienta en la larga banca de madera donde están los otros parroquianos.

Con habilidad entabla conversación y cuenta que es comerciante de hamacas, sombreros, “vueltiaos” y “albarcas”, cuenta que es nativo de Galeras Sucre y que recorre la comarca vendiendo sus productos. Leticia sonríe mostrando sus dos caninos forrados en oro y le dice que muestre su mercancía, él se acerca a sus mulas desamarra los sacos y empieza a mostrar sus hamacas sabaneras, sombreros 21 y otros de menor categoría, albarcas de diferentes colores y materiales y comienza a vender con precios de promoción.

Se corre la voz y varios curiosos se acercan a comprar; días después, Emiliano parte hacia Galeras, al poco tiempo regresa con más mercancía, meses después se radica en nuestro pueblo y a los años monta un pequeño almacén donde vende sus hamacas, sombreros y albarcas, pero ya tiene una pequeña sección donde exhibe, telas lisas y estampadas, de popelina, margarita, otomana y otros textiles. Con el tiempo hace un enorme local donde monta el único almacén de telas de nuestro pueblo. Ya todo el mundo lo conoce como don Emiliano Castro, es persona prestante, pero no frecuenta los círculos sociales del pueblo, la pasa en su negocio y con sus hijos. Entabla una amistad con el hijo mayor de su vecina y por las tardes se sientan los dos a la puerta de la calle a leer la revista cubana Bohemia y a escuchar en un enorme radio Nivico las noticias de Radio Habana y los encendidos discursos de Fidel en contra del capitalismo y del imperialismo yanqui.

Eran los primeros y únicos comunistas de este apacible pueblo caribeño donde cachiporros y godos eran compadres, las tardes de estos personajes discurrían entre disquisiciones sobre el materialismo histórico, la plusvalía, la ley de los contrarios, pequeños folletos marxistas, los textos resumidos de Engels, Bakunín y otros pensadores de este calibre. Nunca intentaron convencer a nadie, su comunismo era solo para ellos. ¿De dónde les nació a estos personajes macondianos su veta comunista? Es uno de los misterios que no he podido desentrañar. Lo que sí tengo claro es que fueron comunistas teóricos, pues no se dejaron tentar por los movimientos guerrilleros que en forma incipiente se comenzaban a mostrar por estas latitudes.

Don Emiliano, en su vida cotidiana entre telas de tafetán, raso, popelinas, linos, dacrón, margarita y piezas de paño, apacentaba su comunismo interior dentro de su próspero negocio, vendiendo al contado y al fiado a los parroquianos que eran sus clientes, las ventas a crédito las anotaba en un libro amarillento donde habían cuentas con un añejamiento de varios años, y que cuando escuchaba dobles funerales en las campanas de la iglesia, preguntaba a cualquier transeúnte por el nombre del finado y al saberlo consultaba su libro de ventas a crédito y, si el muerto había sido su cliente, tuviera o no tuviera cuentas pendientes, escribía en diagonal con tita verde y en mayúsculas grandes «CANCELADO».

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

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Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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