Opinión
La rebeldía de los resignados
Comprende que los recursos públicos del Cesar no pertenecen a esa familia. Cuando un gobernador realiza una obra no está haciéndote un favor ni dándote un obsequio, sino cumpliendo con un deber constitucional. Aunque te parezca increíble o milagroso, el dinero que ese servidor público administra es tuyo, sí, tuyo. Abre los ojos, él tiene una diosa suspicaz que auspicia y controla todos sus pasos, pero tú, solo tú puedes llevarlo al poder a través del voto: ¿ves? Eres superior a su dueña, al clan.
Ahí vas, el pesimismo se apoderó de ti. En 2007, Cristian Moreno Panezo te devolvió la esperanza cuando (gracias a tu insurrección) derrotó a las maquinarias de ese momento: “Tenemos que liberarnos de esas estructuras que históricamente han humillado y sometido nuestra capacidad de expresión —dijo con ahínco Moreno Panezo—. El Cesar ni se compra ni se vende, la dignidad del pueblo es un valor y un patrimonio que hoy reivindicamos”.
Sin embargo, Cristian no te correspondió como gobernante. Su mandato fue flojo, inútil, trivial. Aunque tenía todo para cambiar la realidad política, se enclaustró en el fracaso. Al final sus palabras se convirtieron en cuchillo para su garganta: “Esa infraestructura que hoy se quiere situar para facilitar negocios la vamos a desmontar para devolverle al pueblo el derecho de alcanzar los servicios que les corresponde”. Antes de exiliarse en el recodo de las frustraciones, Moreno Panezo, en una alianza perversa, le entregó el poder a quienes hoy creen que tu Departamento es una finca que la pueden administrar como les viene en gana.
A partir de ese momento te irrumpió el conformismo, la desilusión. No volviste a creer en el cambio, enjaulaste tu libertad. Te entregaste con resignación a un cielo que desprecia tus derechos y destroza tus sueños. Ahora esa familia luce imparable, imbatible: ¿acaso no te importan todas esas obras inconclusas que afean al Cesar?, ¿será que estás contento con el desempleo, la inseguridad, el mal servicio de salud, el bajo nivel educativo, los contratos amañados? Dime: ¿no te duele tu propia plata, tu dignidad?
Después de la decepción que te produjo Moreno Panezo, tiraste tu rebeldía a la basura. Por eso piensas que enfrentar al clan es una utopía, un suicidio político. Claro, resulta más fácil para ti hacerte el ciego, pasar de agache o adaptarte a sus intenciones roñosas. Pero no, no puedes terminar empequeñecido ante sus formas putrefactas como Arturo Calderón, quien los confrontó con aparente gallardía en las elecciones anteriores, pero hoy está arrodillado ante su prepotencia. Arturo por fin se quitó la máscara, evidenció su verdadero talante: no es un líder, es un mercader electoral.
Amigo cesarense, me aferro a tu inteligencia y a tu valentía. La gobernación del Cesar no es la caja fuerte ni el palacio de esa señora. El sentimiento de cambio no puede desaparecer de tu corazón. Todavía tienes un instrumento letal, un arma que es capaz de destruir los imperios más poderosos: el voto. Ante la manifestación espontánea, concienzuda y contundente del pueblo, las mochilas repletas de dinero quedan en nada. Revive tu esperanza, has que el clan sienta miedo de tu intrepidez en las urnas: es preferible equivocarse buscando el cambio que resignarse al triunfo de una continuidad dañina.
Carlos Cesar Silva
@CCsilva86
Sobre el autor
Carlos Cesar Silva
La curva
Carlos César Silva. Valledupar (Cesar) 22 de noviembre de 1986. Abogado de la Universidad Popular del Cesar, especialista y magister en Derecho Público de la Universidad del Norte. En el 2013 publicó en la web el libro de artículos Cine sin crispetas. Cuentos suyos han sido publicados en las revistas Puesto de Combate y Panorama Cultural. Miembro fundador del grupo artístico Jauría. Cocreador del bar cultural Tlön.
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