Opinión
La cabriola aérea del intrépido Santos
Hijo del laborioso Teodoro Amaya, dueño y ‘atendedor’ del Salivón, el bar ubicado un metro bajo el nivel del mar, encima apenas medio centenar de centímetros sobre la línea freática de Valledupar, en plena ‘cinco esquinas’, imán social de nuestros “hermanos mayores”.
Desde 1964 hasta 1968, cursamos la primaria en el Ateneo El Rosario, donde probó la meriñana, los pencazos de Checha Mendoza y todo tipo de castigos. Fue, como éramos la mayoría, recochero y él adornaba sus actos con rebeldía creciente. Tomamos rumbos diferentes, encontrándonos en vacaciones, pero recibía informes de amigos comunes acerca de sus vivencias, ‘tomatas’ y materialización de sueños.
Siempre dijo que sería aviador y lo logró. A solas, me inquietaba su afición licorística y la precipitación característica en él, a la hora de decidir. Entonces le pedía a Dios que lo protegiera, que lo guiara siempre y fortaleciera su fuerza interior.
Un día sin retorno, fui enterado de sus progresos a la hora de volar, que muy pronto haría su primer vuelo de largo aliento, con instructor, pero al frente de la conducción. Así ocurrió. Volaron de Bogotá a Riohacha, él se las arregló para organizar su paso por la carrera décima con calle 18, sobre el patio y el sector de su casa. Fue un sobrevuelo eterno y cuando se ‘sintio’ sobre los cañales cercanos a la ‘rosa’ de Feduyo, se mandó en picada e inició un descenso sostenido, con cabriolas y volteretas, tal como aquellos malabaristas del circo Egred.
Al pasar por su casa, desvió a la izquierda, volteó el bimotor, cuyo quejido fue un ‘chirrete’ de aceite caliente, directo a las sábanas blancas, recién tendidas, en el patio de la señora Carmen, madre ejemplar de los hermanos Núñez.
Como consecuencia, José Núñez, suboficial entonces, logró una suscripción gratuita en Lentes y monturas, de la hermana del piloto, como cuota indemnizatoria hasta el 2000, por el perjuicio ocasionado. Luego, remontó sin vacilaciones, disciplinó el regreso, mientras en el barrio Gaitan aplaudían sin parar, al tiempo que el viejo Evaristo Morales, tocaba “pie pelú” en el patio de su casa.
Y, en la esquina de la novena, la dinámica y enfermera servicial, Efigenia Oñate, dio su punto de vista: Chira, ese piloto como que se la fumó verde, sin saber que se trataba de su intrépido vecino…
Alberto Muñoz Peñaloza
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
1 Comentarios
Excelente Maestro. El detalle de la manchada de las sábanas blancas me deja sin palabras no solo por la construcción hipérbole en si misma, sino por el magistral manejo que me hizo recordar al instante a nuestro inmortal Nobel. Por otra parte me regreso vertiginoso por el tiempo pasado que Usted recobra, lleno de personajes y paisajes nuestros, en especial ese del salivon, detallado su nivel, con sus indios indispuestos o descompuestos por el alcohol que se desbarrancaba hacia el interior sin caerse. es volver a vivir profesor.
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