Opinión

¿Dónde está papá gallo?

Baldot

06/07/2021 - 04:40

 

¿Dónde está papá gallo?
Obra del artista Uvaldo Torres (Baldot)

 

De nuevo tenía gallos en mi patio, no me bastaría con los 20 pollos y aquel gallo que se salvó por marica. Un día me llegó el colega pintor, el flaco Carlito como lo llamé por cariño, un hombre de piernas largas como el alcaraván y que suele dejar todo olvidado donde llega y que, a veces, me ayuda con algunas pinturas cuando algún cliente me pide trabajos diferentes y no me gusta hacer porque soy ese pintor que solo pinta lo que expresa y siente mi alma.

Ya casi faltaba poco para que secara el arroz de fideo y, en ese momento, llegó el flaco Carlos y en su mano traía algo extraño. De repente, me enseñó un gallo que, al estirar su cuello, reconocí de inmediato: era un gallo de pelea, “ajá viejo” le dije. “Y tú, ¿ese gallo dónde piensas dejarlo?”. Notándole la sonrisa, supe que sería mi nuevo huésped, que se volverían un chiquero de mierda igual que aquellos pollos bastos que tuve.

Bueno, acepté que dejara aquel gallo blanco, de inmediato hubo conexión con aquel animalito que venía dentro de una mochila, quizás desesperado, ahogándose, talvez porque Carlito venía con él en una vieja bicicleta y ese sol quemaba como fuego en Valledupar. Le dije que se fuera por la parte trasera de la casa que le abría por el portón que quedaba por el otro lado de la casa  y saltó el gallo sin antes amarrarlo de la pata con pedazos de tela de lona que me pidió para hacerle un nudo en las patas de aquel gallo blanco de crestas roja. Cuando llegó a mi patio se adueñó de inmediato de todo el espacio, mostrándome con forma de un baile o danza sus plumas estiradas, como diciéndome que él era el nuevo gallo de mi patio en el que también se encontraba mi conejo blanco y una morrocoya de 23 pintas que mi suegra me había traído porque en su casa no cabía tantos trastes como los que ella solía tener. Cada vez que le traía algo a mi conejo para que comiera, el nuevo huésped del gallo blanco se paraba con su pico amenazante tratando de picotear al conejo y no dejaba que se acercara nadie más que él, cada vez que yo antojaba algo para que comieran, todos hasta la pobre morrocoya guardaba su pobre cabeza para evitar que el hijo de puta del gallo lo picoteara, él podía comer en aquel intenso patio que lo separaba una gran malla que daba la antena de unas de las empresas telefónica de la región.

Los días pasaron y, de repente, apareció de nuevo Carlito con su misma mochila y su sonriente cara, traería una gallina negra, el pensaría que un gallo no puede estar solo con esta gallinita fina de buena raza darán unos pollos tan buenos. Le respondiéndole: “hey, piernas largas, si esa gallina se queda, lo que saque será de mi propiedad. Yo no voy a estar limpiando mierda por nada”. Aceptó la condición y se quedó la gallina negra que más parecía un pájaro que le decimos en la región cocinera por su carita y sus ojos amenazantes. Apenas la soltó el gallo se le lanzó de inmediato y la tomó de la cabeza con su pico y la montó de una, se sacudió después del polvo súper rápido que le había propinado el gallo, no pasaron unos pocos minutos y la volvió a enganchar y sabíamos de inmediato que ese gallo cantaría mejor de lo que solía cantar antes que llegase la gallina. Su cantar era muy agudo que hasta mi ahijada y sobrina política cuando lo escuchaba cantar le gritaba: “Gallo canta bien, canta con fuerza”, lo que no entendíamos era que el gallo recién llegado a mi patio era pollo y la montada desde esa tarde lo hizo cantar como gallo de verdad.

Nuestro gallo seguía montando a su gallina, un día se quedó solo ella, el conejo se saltó al otro patio y algún samaritano en vez de devolverlo se lo llevó, de hecho, era una coneja y se la llevaron de casualidad preñada por un señor conejo que vivía en un segundo piso del mismo edificio donde vivíamos. La preñó y el que se la encontró se la llevó premiada. Por otra parte, la gallina empezó a cacarear por todo el patio, culeca y su anida con unos cuantos huevos, se pasaría horas enteras echada sin tomar agua ni comida, vigilante de sus huevos, me di cuenta -ya viejo- de cómo una gallina cuidaba sus huevos, en las mañanitas les echaba el arroz sobrante de la pega del caldero del día anterior, algunas picadas de verduras y la comida de maíz que le traía a veces el dueño, el flaco de Carlos como lo llamábamos.

El gallo ya era todo un gallote cuando, un día, Carlos trajo otro gallo y disque “pa toparlo”. El gallo blanco saltó de inmediato a las manos de Carlo que sostenían el otro animal que solo miraba hacia bajo como le venían los espuelazos del gallo blanco. El gallo blanco mandó su espuelazos con inteligencia y astucia a la mano de gallero Carlito y le causó una herida profunda de la que le manaba la sangre como cascada precipitándose al suelo. Le salía sangre a choro, y yo pensé que le había dado en el pescuezo al gallo que sostenía hasta que expresó “Maldito gallo me jodió la mano”. Me emocioné al ver la furia de ese animal, tanto que en mi patio habían desaparecido los congorochos, ratones y demás roedores y hasta una mafia de gatos que en el día se reunían en el patio; claro que de noche. En plena oscuridad, el gallo se camuflaba en el follaje del árbol de mango y la banda de los gatos era reina y señora de la noche, solo se escuchaban los maullidos de las gatas haciendo el amor con los machos dominantes. Carlito, luego de limpiarse la mano de tanta sangre que dejó en el suelo, expresa “Ojalá gane la primera pelea porque lo llevaré mañana pa que motilen, lo afeiten, le hagan el corte de gallo de pelea y a qué lo entrenen”, yo de inmediato le dije: “Le jugaré mucho dinero a ese gallo compadre, será un ganador con lo que te hizo así que me avisas”. Él me contestó: “Las riñas ahora las estamos haciendo a escondidas por lo de la pandemia del Covid-19” y le dije: “Me avisas que si no voy te llevas el dinero para que apuestes y me traigas lo que ganaremos con ese gallo blanco compadre”. La gallina negra solo escuchaba, echada, muy cerca de nuestra conversación, nos miraba con la cabeza ladeada como si entendiera lo que Carlos hablaba sobre su gallo blanco, ese mismo que estaba furioso porque no le soltaban al gallo que sostenía Carlos, no se percataron de lo que su gallero hablaba.

Al salir aquel día del patio, la gallina avisó al gallo que mañana lo llevarían para un patio de cuidado, el gallo se quedó muy inquieto al saber que no podía seguir cuidando a la gallina, su compañero solo le decía que no se preocupara, que el regresaría a ver sus polluelos tarde que temprano, “No es tán fácil” le contestaba la gallina, supe que es un sitio donde llevan a los mejores gallos pero estaré confiada, vi cómo lastimaste al amo, tu gallero como lo llaman los bichos esos extraños que parecen árboles andantes de colores, “No te preocupes”, le respondió el gallo estirando sus alas y bailándole un baile o danza estirada a su gallina negra que le decía que no podía dejarse montar porque estaba cuidando a sus 5 huevitos que le darían su primera camada.

Muy temprano al día siguiente, el gallero regresó por su gallo que había dejado amarrado de la pata con el mismo tipo de tela con el que lo amarro al principio. La gallina no pudo despedirse, tal vez una lágrima cayó, pero no se le notaba por su ojos tan negros y brillantes como las mismas lágrimas. Tiempo después, iban saliendo del cascarón uno que otro pollito, un día salí de nuevo al patio como de costumbre a arrojar desperdicios y pude observar a la gallina negra picando y dos pollitos con ellas que cuidaban haciendo bulla. Eran muy pequeños, parecían de mentira, los escondía debajo de sus alas a cada instante, celosa del propio gallero, de su cuidador o bichos gigantes como ella solía referirse a los humanos.

Esa gallina era más celosa con esos pollos que ninguna gallina que había visto en toda mi vida, ni siquiera cuando yo era pelao’, en la finca San Carlos, donde pasé mi niñez, había visto una gallina tan brava, tan celosa con sus polluelos. Salía a darles de comer a los polluelos unos minutos y luego se echaba de nuevo en su nido a calentar los de más huevos. Así pasó el día siguiente y sacó su tercer pollito, dos blancos como el papá y un solo negro como su madre, los dos huevecillos restantes nada que salían, un día los tomé mientras mamá gallina y sus polluelos estaban del otro lado del patio llevándolos a pasear por la zona verde tan tupida que allí había. Tomé uno de los huevos, me lo coloqué muy cerca de mi oído y escuchaba el ‘’pio, pio, pio’’ del polluelo dentro, como queriendo salir y nada que salía. Suavemente, empecé a ayudarlo a romper su cascarón y, poco a poco, fue apareciendo, muy maltratado el frágil pollito. Aún tenía humedad que provenía de la yema pegada en su trasero, y me dije: ‘’Como que aún le falta estar allí’’. No pude hacer nada, lo había obligado a salir por mi ansiedad y falta de experiencia, el pobre animalito quedó llorando, intentaba ponerse de patas, pero la fuerza no le daba. Yo, desesperado sin saber qué hacer, lo animaba a levantarse, pero todo fue un fracaso, le soplaba con mi boca el trasero para que se animara, lo dejé que descansará para que su mamita la gallina lo ayudará más tarde. Volví a salir al patio, ya estaba estirándose, no pudo levantarse, la gallina hacia ruido escarbando con sus patas la tierra para que sus tres pollitos comieran algunos gusanitos o lombrices, el otro huevo tampoco sobrevivió. Su pollo quedó dentro del cascarón y ni siquiera se sentía vida como el hermanito que al menos decía ‘’pio, pio, pio, pio’’.

Cuando empezaron a crecer los tres pollitos, le hacían preguntas a la mamá por cada cosa que comían. Le preguntaban cómo se llamaba tal cosa, que si se podía comer, por lo general después que se la comían era que le preguntaban todo esto a mamá gallina. Ella simplemente les terminaba diciendo que sí, pero, aun así, mamá gallina les advertía que no se alejaran de ella ni un segundo porque la banda de don gato estaba muy pendiente de comérselos. Ella siempre estaba muy atenta a los gatos que muy cerca anhelaban esos polluelos, y, con sus alas extendidas, le demostraba a esos gatos que ella era grande. Les mostraba sus dotes de peleadora profesional y los gatos se quedaban atónitos, ninguno se sometía a robarle su polluelo, cuando caía la tarde se marchaba a su nidal con sus tres pollitos entre sus alas bien abrigados, camuflados y ella dormía con un ojo despierto para evitar que los gatos la asaltaran de noche.

Un día los pollitos le preguntaron a su mamá que dónde estaba el papá, que no lo conocían, que cómo estaba, sólo que morocoyita y algunos gatos le decían que su padre, un gallo blanco, los había abandonado por querer ir a pelear, porque prefería las riñas que sus pollos. La gallina les dijo que no creyeran todo lo que los bandidos gatos les decía, que ellos, cuando grande, entenderían porque a su padre le gustaba pelear que eso les corría por sus venas, la riña y que los bichos de los humanos les habían enseñado pelear para ellos divertirse y que no había nada que hacer, que éramos “una especie de peleas con patas, picos y espuelas”.

Los pollitos, a medida que crecían, alardeaban con los gatos, que papá gallo regresaría y los enfrentaría si alguno abusaba de ellos, a veces los mismos polluelos entrenaban unos a otros y decían parecerse a su padre mientras crecían. Sólo hablaban de lo fuerte que debía ser su papá y lo mucho que lo esperaban. Mamá gallina solo les seguía escarbando para que comieran toda clase de bicho. Un día regresó el gallero Carlos de nuevo, al llegar traía la misma mochila con un gallo asomándole el pico, de nuevo con su sonrisa que decía ‘’Déjame tener a este otro gallo’’, pero esta vez traía un gallo moribundo de color cobrizo con plumas marinas y beige, un gallo guajiro, más muerto que vivo, cojeaba, el ala derecha estaba caída, casi arrastrando en muleta, casi caminando apoyado de ella le dije: ‘’Señor gallo, lo trajiste con amor aquí o qué carajo tiene ese animal’’. Me comentó: ‘’Este fue el que se enfrentó al blanco’’, yo me quise enojar porque no me avisó que lo había puesto a pelear y no gané dinero y lo que me respondió fue: ‘’Menos mal que no apostaste, éste le ganó al gallo blanco, el murió en la riña y este quedó casi muerto, fue un combate de cuerpo a cuerpo murió como un campeón’’.

De inmediato, me llevé las manos a mi cabeza y le expresé: ‘’Menos mal no te di el dinero que tenía ahorrado pa´ ese gallo, se veía todo un ganador, bueno, no hay mal que por bien no venga, de pronto, si me hubieras avisado, yo, como boxeador que fui, lo hubiese soltado y seguro que hubiese ganado, y refiriéndome al gallo moribundo que estaba en las manos de Carlito, le hubiéramos ganado a este que se ve tan mal. Dejémoslo en el patio y que se recupere’’.  Ya era muy de tarde, la gallina y sus polluelos estaban acurrucados, solo se veían las cabezotas de los polluelos asomados entre las alas de su mamá gallina, tal vez no escucharían la conversación del gallero Carlos y yo. Lo pusimos a descansar a la orilla del palo de níspero que está en el centro del gran patio, y la sorpresa nos llegó a las 10 de la noche, cuando ese gallo moribundo empezó a cantar como si nada. Ya no se muere el desvalido gallo, luego volvió a cantar como a las 5 de la mañana cuando fui a echarles desperdicio del sobrante del arroz. Estaba un poco animado, pero al igual arrastraba su pata y su ala. Es que una pelea lo deja a uno así, me acordaba de mis combates, que algunos me dolían hasta el alma. Uno toma hidratantes, en cambio, ese gallito quizás ni agua de panela después de la pelea le habrán dado.

Los pollitos se le acercaron y mamá gallina, celosa, no dejaba que sus pollos lo abordaran, sin embargo, ella le habló primero ‘’Hola buen gallo, ¿está usted herido? ¿Viene de alguna riña con machete y palo que lo veo tan mal?’. Le contestó el gallo ‘’Sí, vengo de pelear con un principiante, pero me dejó casi muerto, el pobre perdió con valentía’’. Ella trató de que los pollitos no escucharan y se los llevó rápidamente a escarbarle para que se entretuvieran y no escucharán los detalles. Los pollitos emocionados empezaron a decirle al nuevo huésped, ‘’mi padre es un peleador como usted señor, ¿dónde andaba?, ¿lo ha visto usted? Él es blanco como yo, es un campeón, ¿cierto, mamá gallina?”. Ella seguía escarbando, diciéndoles que comieran los gusanitos, que se escaparían si iban de prisa. Ellos, emocionados con el gallo, querían escuchar acerca de las riñas, saber de su padre, él solo les decía que había muchísimos gallos blancos y que era difícil reconocer a su padre.

Más tardecito, mientras los pollitos hacían su siesta, mamá gallina regresó donde el pollo echado y cansado. Esta le preguntó de nuevo cómo era aquel principiante, el gallo le contestó que antes de morir el gallo blanco le contó que vivía en un patio similar con una antena gigante, una gran malla separaba su patio y su mujer era una negrita, la más negrita de las gallinas y hermosa también y que, tal vez, tenía unos 5 hijos, pero como veía solo 3 y que el patio era similar, le confundía el hecho de haber llegado al lugar preciso de ese gran rival. Mamá gallina agachó la cabeza y le confirmó que sí, ése era él, se lo llevaron para pelear y “usted fue su rival asesino y mis polluelos piensan que su padre aún vive y que es un gran campeón”. Le pidió al gallo moribundo que, por favor, no le dijera nada a sus hijos y que no se les acercara con un tono de rabia hacía el pobre gallo que no tenía nada que ver con lo sucedido. El gallo le expresó: ‘’Pude haber sido yo, linda gallina, no fue mi culpa, esto de los combates es así, qué puedo hacer, el amor me dejó inservible, espero se cure mi pata y mis alas’’, la gallina lo miró con ojos de furia, dobló su cuerpo, inclinó su trasero, estiró su cuello y con su cola bien alta le dijo: ‘’Te exijo no decirnos ni un pio y un na”.

Pasaban los días y los polluelos se acercaron de aquel gallo que se recuperaba lentamente lejos de la gallina. Cuando ésta dormía la siesta, se Iban despacio adonde el gallo y empezaban a charlar con él para que les contara como era ese lugar en el que vivían os gallos adultos y cómo se preparaban para las riñas. Él poco a poco les enseñaba cómo pelear y cómo vivir una vida de gallo. Mamá gallina se daba cuenta, pero al verlos felices con el gallo se hacia la que dormía, ella sabía que sus hijos tenían que aprender, claro todavía no se sabía si iban a ser gallos o gallinas, pero aun así ellos aprendían y ella seguía haciéndose la dormida todos los días.

 

Continuará… En el libro “Le vendí mi pintura al diablo”.

 

Baldot

Sobre el autor

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Fintas literarias

Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.

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