Opinión
La escoba para barrer
Crecí viéndola, pese a su pequeñez existencial, pues aparecía de y por cualquier lado. Representaba el moverse sin parar en procura del “pan de cada día” que, en desvencijada decisión, eligió recibirlo con el movimiento de su cadera sin esperarlo de Dios.
La retrato en el recuerdo con aquel traje moradito que llevaba puesto en la prima noche de un domingo de ramos, a pocos pasos de cinco esquinas, pletórica de alegría, tal vez por el coqueteo de uno de los dos billetes, de cinco pesos, orondos en el bolsillo delantero a medio jeme de su ingle.
Ya estaba de moda el hermoso canto, llevado al disco por diversas agrupaciones musicales, pero popularizado por Los Gaiteros de San Jacinto y la orquesta de Los hermanos Martelo, entre otros:
“Esta es la escoba, está es la escoba,
la escoba para barrer
A ti qué te está pasando
mamita yo no qué
entonce’s que andas buscando
la escoba para barrer…”
El descuido del ser
A cualquier hora del día, o de la noche, era posible encontrarla por los recovecos, callejones, calles y lugares del centro en aquel pueblo hermoso, satisfaciente y vividero, que fue el viejo Valle. Su menuda estatura era inversamente proporcional a su afán de hacer, más que ser, y tener en el bolsillo las ilusiones truncadas, el dolor acumulado, los sueños alejándose y, uno que otro billete, distanciándose de la realidad.
Jamás se le vio por los templos, pero, una tarde de julio, la divisé entre el tumulto, a pocas yardas del castillo de juegos pirotécnicos que cada año, el progresista e incansable Isidro Barrios, le ofrecía en gratitud a la Vigen del Carmen, en la carrera octava entre calles 17 y 18, atenta a las palabras del reverendo Guarecú, mientras éste despachaba un trago de “caballito blanco”, poco antes de retornar al barrio el Carmen a oficiar y acompañar la procesión. Muy reverente al verlo partir, hizo una seña a alguien y, listo, se fueron en fila india estricta, en busca de hospedaje temporal sin consideración distinta de la mental: ”se me arregló el día”, contándose los pasos sin desdecir de la otrora ocupación.
El paso del tiempo
De manera sesuda lo puntualizó Poncho Zuleta en “los tiempos cambian”:
Cómo cambien los tiempos y solamente queda el recuerdo
cómo pasan los años y ni siquiera nos damos cuenta
y cuando el hombre vegeta, no es mismo parrandero
y aunque tenga dinero las mujeres lo desprecian…
Día tras día, minuto a minuto, segundo a segundo, completó años de sobrevivencia, pese a la avalancha diaria de vicisitudes y al inclemente desgano masculino a medida que las arrugas, la disminución de la energía y, por ende, del movimiento agotan posibilidades que, en otro tiempo, florecían sin parar. Entonces, le ‘costaba’ más, tanto que aplicó técnicas de mercadeo sin proponérselo. Se consiguió una estera, con el fin de ahorrarle el valor de “la pieza” al destinatario de su propuesta, porque poquísimos propoponentes se acercaban. Reemplazó, a fuerza de ahorro forzoso, los zapatos por un par de chancletas, cuya liviandad, le recordaba las que trajo cuando arribó por vez primera a esta tierra de amores. Llevaba siempre en el recuerdo su gemir intermitente, durante la práctica sexual, cuando la juventud la tornaba indetenible en la cama, de la misma manera como se emocionaba al revivir en su pecho el grito profundo que estiró, a pesar de la brisa, la primera vez que recibió la carga viril de Asterio Castilla.
La vida cambió, le cambió las prioridades. Ya le importaba poco ‘sacarse’ las cejas, pero ponía el mayor cuidado para que nunca le faltara su ‘cajita’ de pomada llanera para aliviar sus dolencias, que tuviera siempre sebo e’chivo alcanforado y paliar así el avance sistemático del reumatismo, que se acabara todo menos el uropol por la salvaguarda de su tracto urinario, por si acaso, mientras lloraba por dentro y por fuera con el canto sentido de Jorge Oñate y los versos sublimes de Daniel Celedon:
“…Mujer marchita, de alma fecunda
Pobre criatura sin ninguna redención
Sola entre la multitud
Que comercia con tu amor
Al irse la juventud
Baja tu valoración…”
Alberto Muñoz Peñaloza
@albertomunozpen
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
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