Opinión
Crónicas de una fiebre tricolor
Desde tempranas horas de la mañana, las esquinas de Valledupar se maquilaron de amarillas, azules y rojas. Aunque el partido de la selección fue después de las siete de la noche, las primeras luces del dÃa traÃan una clara disposición a empezar con el comercio de la pasión y la moda tricolor. Los motores se encienden rápido y el entorno del encuentro Brasil Vs Colombia impregnó la ciudad con una fragancia festiva.
Fue un partido sin pretensiones mundialistas, más si se tiene en cuenta que Brasil es paÃs sede y no está en juego su clasificación. Aun asÃ, el corazón patriótico de nuestro seleccionador, palpitaba en el rostro de cada ciudadano del común que transitaba su rutina en un dÃa no muy corriente. Los últimos resultados de esta eliminatoria tienen un pie puesto sobre el pecho de ese miedo que dejó el pasado y sus consecuencias en la fe de todos.
Parte del encanto de ser colombiano, consiste en aceptar que no siempre se tiene una selección de futbol que toque el rincón del alma donde se esconde el orgullo. Aunque suene complicado, ser de este paÃs, incluye entender que por momentos, toca guardarse el amor por la camiseta o dejarlo en el camino que conduce al gran reto, el anhelado Mundial. Algo parecido a un cuadro con marco bipolar, donde el cambio de ánimo está atado a los resultados obtenidos por los gladiadores de turno que portan el tricolor nacional.
Como una especie de electrocardiograma el sentimiento que muestran los fanáticos, se puede leer con puntas positivas y negativas, atadas a ese presente y a la constante presencia del nostálgico sabor de tiempos pasados. Para entender esta idea no hay ejemplo más sencillo que el inolvidable 5–0 de Colombia frente a Argentina. Poco después, los sueños de todo un pueblo se estrellaron en la primera ronda de Estados Unidos 1994. Un final prematuro para esa deportiva fiesta que apenas empezaba.
De tal modo pasa este sentir, que en la memoria de muchos están los nombres más importantes de esos tiempos. ¿Quién puede olvidar al capitán de melena dorada, Carlos Valderrama? O la velocidad de un Asprilla verraco, que encaraba la porterÃa contraria con un temple único. Una selección que jugaba con personalidades diferentes. Que contaba con el talento de Andrés Escobar y la fuerza de Iván René Valenciano. Incluso el arquero Oscar Córdoba, que con su porte fÃsico capturó la atención de las apáticas mujeres colombianas.
USA 94 fue algo que partió la vida de todos en Colombia. Seguidores y seguidos…
Por recuerdos como ése, el sentir del colombiano promedio sube y baja cuando se trata de la selección. Quizás por eso, existe una especie de timidez a la hora de festejar. Parece que rezara alguna maldición donde los resultados futuros van a ser tan negativos como grande fuere el festejo por el triunfo anterior. Algo como un vÃnculo inversamente proporcional entre los premios y la necesidad de celebrar.
Hace mucho tiempo, la camiseta no salÃa del escaparate donde estaba escondida y se lucÃa con tanto orgullo y sentimiento. Nuevamente, Colombia está enamorada de su selección y tiene puesta su fe en los resultados obtenidos y a obtener. Las mejillas amarillas azules y rojas, son una constante frente a los televisores y en las calles cuando hay partido. De apoco, el manto de timidez y miedo que dejaron los resultados insulsos en el pasado, se está corriendo y las esperanzas de ir a un mundial ya están presentes. Todo, en un ‘ahora’ que permite que nuevos nombres se borden en la historia de otra selección inolvidable.
Este 2012 y hablando de futbol y eliminatorias el pecho hinchado de un pueblo, es la constante a encontrar en las calles. Valledupar no escapa a esta pasión repentina que esperó oculta durante tantos años. Un final de temporada con sabor a comienzo de historia. Ahora, los ojos llenos de fe miran hacia el próximo mundial y aún con timidez todos recuperan esas ganas de creerse el cuento de una copa FIFA levantada por nuestros gladiadores de amarillo, azul y rojo.
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Pepe Morón Reales
Sobre el autor
Pepe Morón Reales
Habemos PepeM
La Paz (Colombia, 1984). Después de interrumpir su carrera de medicina en la ciudad de Barranquilla, viajó a Bogotá a estudiar comunicación social. Ahí descubre su gusto por el teatro y comienza a introducirse, de a poco, en el mundo de las tablas. En el año 2007 se radica en Buenos Aires para formarse como periodista y combina su aprendizaje histriónico con su fascinación por la literatura.
En el 2009 participa en el concurso de Argentores y Metrovía y abre su primer blog donde intenta mostrar algunos de sus trabajos. A mediados del mismo año comienza a escribir Muerte De Cruz, su primera novela y la publica a finales de 2010.
Los años siguientes se vinculó con Gramática Comunicaciones, encargados de redactar los suplementos de Pymes y arquitectura de los diarios Clarín y Nación.
En el año 2012 se radica nuevamente en Colombia y ahí se prepara para el lanzamiento de su segundo libro llamado El Juego del Ahorcado.
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