Otras expresiones

Bogotá: Atisbos de cultura ciudadana

Armando Arzuaga Murgas

15/08/2012 - 11:40

 

PLaza Bolivar en Bogotá / Foto: PanoramioLos cerros tutelares de la Capital están de pronto arropados de blancura, como si un ángel de niebla se hubiera dormido sobre ellos. De sus alas, plumones incontables desprendidos por un viento glacial bajan hasta la Plaza convertidos en inofensivos alfileres de agua. Cielo arriba, centenares de palomas buscan afanosamente aleros y cornisas donde arrullar su tibio sueño. Es la hora vespertina.

Como si un mecanismo urbano controlara sus movimientos, miles de abrigados transeúntes desfilan por las calles. Mucho antes, habían recorrido en sentido inverso el camino del hogar hasta el sitio de trabajo, y ahora, deshaciendo lo andado, transitan en un cauce de individuos que confluyen en el marasmo del inconsciente colectivo.

La mayor parte de aquel caudal humano se mueve en el sentido Sur-Norte de la carrera séptima. El denominado “septimazo” cuando se extiende hasta la emblemática torre Colpatria. Un desprevenido visitante como yo -y buen caminante además-, no tuvo reparos en hacer el trayecto, impelido por la agilidad con la que aquel torrente de almas se mueve agitadamente y cada vez con mayor afán. Unos hacia los parqueaderos de autos, otros hacia sus casas en sectores cercanos al centro de Bogotá, y la inmensa mayoría hacia las estaciones del Transmilenio, o “Transmilleno” como le dicen con sorna.

Pero en todo caso, admira ver que en cada esquina, aquella mole de personas se detiene frente al semáforo peatonal en rojo. Aguarda el cambio hacia el verde y continúa. Lo propio hacen los conductores, que nunca -o casi nunca invaden las cebras-. Con decir que alguna vez un vehículo obstaculizó el camino de los peatones y vi por lo menos tres personas mirar al conductor de modo censurante, al tiempo que se llevaban el dedo índice a las sienes. Entendí la alusión a la campaña televisiva sobre normas de tránsito que un reconocido documentalista nacional dirige, y no pude evitar el impulso de unirme a los que expresaban de este modo su descontento.

Sería muy ramplón, y un despropósito absoluto entrar a comparar Valledupar con Bogotá. Ante todo porque la Ciudad de los Reyes está muy por encima de otras ciudades, incluso de la misma costa Caribe. Más bien el sentido de esta nota se dirige a llamar un poco la atención de los lectores sobre pequeñas nociones de cultura ciudadana, que puestas en práctica juiciosamente, contribuirían grandemente a una mejor convivencia.

Tampoco es que no se pueda tener un referente al cual dirigir la mirada con intenciones de emular aquello que ayude a elevar nuestros índices de civismo. Pero ocurre que en general, los últimos mandatarios capitalinos han puesto a Bogotá en la lista de ciudades amables con la comunidad, sobre todo en materia de urbanismo en maridaje con la ecología, prelación del transporte público sobre el particular y garantías verificables para el peatón.

Las nuestras recientes administraciones municipales, por el contrario, han alentado la esperanza de unos vehículos de servicio más grandes y cómodos, que están siempre llegando y nunca terminan de llegar. Ojalá, para cuando por fin hagan su arribo, los vallenatos hayan aprendido a mirar la tablilla antes de subir a la buseta, a pagar el pasaje al montarse a la misma, y a ceder el puesto a personas en condiciones de movilidad limitada, si bien moverse en éstas buseticas que son como latas de atún con ruedas, es arriesgarse a sufrir eventos que no quiero siquiera nombrar.

Difícil resultaría tratar, en la brevedad que esta columna me impone, los factores que han llevado a la disminución de las rutas de buses. Hubo una época en que se podía tomar bus hasta las nueve de la noche. Hoy, con todo y el incentivo que es la vigencia de normas que restringen el mototaxismo, las rutas más afluidas terminan sus recorridos a las ocho, contando con suerte. Y deben irse los pasajeros apiñados unos contra otros, tratando de mirar por la ventana si se está en el sitio donde debe pedirse la parada, porque el paradero es un lugar desconocido para los individuos que exigen que la buseta los deje en la puerta de la casa.

Sin duda alguna, somos más los que esperamos ver a nuestra ciudad convertida en un foco de cultura ciudadana, de civismo y respeto por las normas de tránsito, y en general por otras normas creadas en función del beneficio común. Mientras allá llegamos, sigo embebido en mis pensamientos, contemplando en ellos el Santuario de Monserrate, convertido en un punto de luz sobre los cerros orientales de la Capital, rutilando en medio de la bruma nocturna.

 

Armando Arzuaga Murgas

Sobre el autor

Armando Arzuaga Murgas

Armando Arzuaga Murgas

Golpe de ariete

San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa.  Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.

@arzuagamurgas3

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