Pueblos

A orillas del Gran Río

Diógenes Armando Pino Ávila

17/04/2020 - 05:40

 

A orillas del Gran Río
El río Magdalena / Foto: Derly Katherin Giraldo

Los andinos admiran nuestros paisajes, costumbres, cultura, música, bailes, gastronomía e incluso nuestra forma desenfadada de hablar, nuestra confianzuda forma de tratar a otros y, sobre todo, la capacidad para describir y contar las inverosímiles historias que ocurren bajo la canícula solar de esta bella tierra.

Contrario a lo anterior, pareciera que a nosotros nos gustara que ellos nos contaran cómo somos, cómo es nuestro territorio, cómo es nuestra vida, nuestras interrelaciones con el medio y con los demás costeños. Me parece un contrasentido que, pudiendo contarnos nosotros mismos, nos guste que nos cuenten.

He tomado la decisión de contar cómo es ese maravilloso mundo donde nací, donde me crié y donde quiero seguir viviendo y morir bajo la sombra fresca de cualquier árbol, oyendo el murmullo de las aguas turbias del torrentoso río Grande de la Magdalena o el suave rumor de las pequeñas olas que hace la ciénaga Grande de la Zapatosa. Ese querer, ese sentir lo plasmo en este pequeño poemario que he titulado “A orillas del Gran Río”, refiriéndome a ese territorio de aguas llamado La depresión momposina.

A ORILLAS DEL GRAN RIO

I

Nací a orillas del caudaloso río,

El más grande de la patria,

Ése que permitió sin extravío

A españoles invadieran nuestra casa.

 

Nací a orillas del torrentoso Magdalena

Entrada expedita a cultura extraña

Que en principio causó dolor y pena,

Hoy por hoy arraigada en nuestra alma.

 

Ese río del que deriva el sustento

Nuestro pacifico pueblo pescador,

Ese río convertido en monumento

 

Al abandono, pobreza y dolor.

Fue, es y será en todo momento

Mi refugio, consuelo y nido de amor

 

II

Soy de esta tierra donde brota el canto,

Donde el cuero del tambor entona,

Donde los juglares cantadores natos

Hacen poesía de nuestra tambora.

 

Nací ahí, en una noche de luna clara

En una noche alegre de guacherna

Bajo el toque alegre de tamboras

Alumbrado por nostálgicas espermas.

 

Mis oídos escucharon los primeros ritmos

Entonados por una cantadora abuela

Que cantaba versos, ancestrales himnos

 

Que calaron profundo mi alma nueva

Marcándome al fuego como un signo

Esa cultura que día a día me renueva.

 

III

Del indio tome su cadenciosa danza.

La que usaron en sus ceremoniales

Con la que hacían pagamento y alabanza

A sus dioses protectores ancestrales.

 

También tomé su tan comentada malicia

Por todo aquello que me dicen bueno

Y que al final es trampa que asfixia

Y destruye nuestro cultural acervo.

 

Conservé el rasca- pié en la danza

Y la cadencia hermosa de la pareja,

Que luce en su sien flor de esperanza

 

Y la fertilidad en la ondulante cadera

Su humildad al danzar descalza

En la larga noche de guacherna.

 

IV

Del español tomé su atuendo blanco

Las coloridas faldas de sus mujeres

Su fina elegancia, su paso franco

El galanteo y sus versos de amores.

 

Heredamos los naipes y los gallos,

Las corridas de toro en las corralejas,

Sus amoríos, también su desparpajo,

El espíritu Festivo y triquiñuelas.

 

Mi pareja tomó el pañolón de colorines,

Asumió coqueta pose de “yo no quiero

Y la falda de almidonados pollerines,

 

Por mi parte puse  al  cuello su pañuelo,

Heredé el  toque de palmas y sus festines

Involucrándolos en este folclore que quiero.

 

V

Recibí del negro su noble corazón,

Su entusiasmo y desborde de amor,

Ese que vibra al escuchar un tambor

En noches de guacherna, y de licor.

 

Me obsequió su mágica tambora

Y el picante embrujo del currulao

El brioso ritmo que marca su cadera

El responso, el canto y el “abozao”.

 

Me marcó con sus míticas creencias

El repique hipnótico de sus tambores

Me dio también su proverbial paciencia

 

Y este encanto por sus alegres sones,

La piel oscura de esa bella etnia

Y la rebeldía innata de los cimarrones.

 

VI

En el crisol del río que es nuestra casa

Se dio el inigualable sincretismo

Donde la cultura, religión y raza

Se fundieron, para ser lo mismo.

 

Por eso en misa, el cura nos bautiza,

Más tarde, nos dan la primera comunión,

Nos casamos, nos untan de cenizas

Y también nos dan la extremaunción.

 

Sin embargo, rezamos al gusano,

Nos aseguramos contra la hechicería,

Al mal de ojo con rezos conjuramos,

 

El futuro nos preocupa en demasía,

Nos gusta nos lean las cartas y la mano

Y con pitonisas consultamos profecías.

 

VII

Nos bañamos plácidamente con totuma,

Y tomamos agua refrescante de tinaja,

A los locos inquieta el cambio de luna,

Y los muertos cubrimos con mortaja.

 

Amarramos la carga con majagua

Y endulzamos las bebidas con panela,

Aquí todavía almidonan las enaguas

Y guardan en baúl, la ropa las abuelas.

 

Sin ningún afán se vive en estos lares,

Gozando el cariño de buenos vecinos,

Que tejen esteras en los telares

 

y sacan de la palma afrodisíaco vino,

Degustado pescado entre mis manjares

Lo demás me importa soberano comino.

 

VIII

Habitamos en blancas casas de bahareque

Y dormitamos placidos encima de petates

De vez en cuando nos damos un banquete

Con guiso de gallina y rodajas de aguacate.

 

Taburete de cuero y mesa de madera,

Sencillo mobiliario del comedor rural,

Donde se reúne la familia entera

A compartir unidos la cena vesperal.

 

Sazonamos el exquisito guiso con achiote

Cocinamos los alimentos en fogón de leña,

Pretensiones culinarias nos importan un cipote

 

Aquí la hipócrita pose santurrona se desdeña,

A nuestros hijos los hacemos por las noches,

Los paren las mujeres, ¡no creemos en cigüeñas!

 

IX

No sé por qué desaparecieron los portillos

Que comunicaban los patios solariegos

Por donde se intercambiaban los platillos

En la hermandad que iniciaron los abuelos.

 

Evoco las noches alumbradas con “mechón”

Espantado con “muzengue” los zancudos,

Y al abuelo anciano con su larga narración

Del Tío Conejo, el Tío Tigre y el Tío Burro.

 

Pero llegó a nuestro mundo la luz eléctrica

Y con ella vino la apabullante tecnología,

Desterrando por siempre las leyendas,

 

Se fue el mohán, la Llorona está perdida,

Se ha acabado el sentido de pertenencia

Y la hermosa cosmovisión de nuestra etnia.

 

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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