Artes plásticas
El Jesucristo del Parque de las madres: el mensaje de una gran obra al aire libre

Desde el momento en que el artista Pedro Ortega apareció en las redes sociales con sus herramientas, dando forma a un Jesucristo crucificado de respetable tamaño en el parque de las Madres, era evidente que su historia no podía pasar desapercibida. La mirada centrada sobre el árbol seco en medio de la plaza, el hombre se ganó, desde ese preciso instante, la atención, los respetos y el apoyo de quienes ven en su obra el más claro mensaje de cómo está la Cultura en el municipio de Valledupar.
Lo primero que llamó la atención fue la definición y la calidad de la obra. Fina y precisa, meticulosa y verdaderamente bien proporcionada, el artista demostraba ser un escultor experimentado con un claro mapa mental de lo que estaba realizando. Lo segundo era más sorprendente todavía: la condición de “hombre de la calle” –es decir de hombre caído en desgracia por cualquier motivo que sea– confería a la obra un poder misterioso. Como si el resultado de todo esto fuera un regalo de Dios.
Ya llevaba seis días Pedro Ortega trabajando juiciosa y silenciosamente en su Jesucristo de madera, cuando la avalancha de curiosos se presentó para confirmar y alabar la hazaña. Y todos pudieron corroborarlo: el artista estaba, efectivamente, levantando él solo –sin la ayuda de nadie– una obra de la nada. Lo estaba haciendo prescindiendo de materiales sofisticados en un desierto artístico y en pleno marasmo creativo (acentuado por la pandemia del covid-19, la crisis socio-económica, y las sempiternas excusas de administraciones ineficientes).
Todos los testigos se dieron cuenta de que un milagro se estaba dando ante sus ojos. El arte podía nacer incluso en un terreno baldío, sin agua, sin discursos, sin adornos ni iluminaciones artificiosas, sin doctorados, en un lugar abandonado, y era, además, lo suficientemente poderosa para ablandar el corazón de todos aquellos que se acercan. Es, en efecto, un milagro. El milagro del Arte.
La gran ironía del Jesucristo del Parque de las Madres, en Valledupar, es que surgió sin convocatorias, sin contratos, sin encargos, y sin consignas desalentadoras de funcionarios desubicados que la hubieran hecho improbable. Nació sin que tuvieran que moverse grandes recursos, ni tampoco grandes presupuestos y grandes cortinas de humo que hubiesen hecho de ella un espectáculo político de mal gusto.
La otra gran ironía es que nació de las manos de un hombre desconocido por los supuestos conocedores del arte local, los gestores y funcionarios que se esfuerzan en dirigir algo que no terminan de entender, como simple resultado de políticas excluyentes, y –¡Milagro de los milagros!– esa obra terminó siendo más hermosa, más sutil y delicada, más conmovedora y evocadora que cualquiera de las obras frías y desalmadas inauguradas en los últimos diez años en la ciudad y pagadas con millones y millones de pesos. Pedro Ortega demostró ser un gran observador y conocedor de la ciudad, capaz de encontrar lugares públicos en donde crear una obra impactante, y así embellecer la ciudad, su aspecto y su forma. Fue lo suficientemente arriesgado y determinado para dialogar con la ciudad (con sus manos), desnudarla, e interactuar con ella como ya no se atreve ningún artista (porque la mayoría de ellos se encerraron en sus talleres respectivos).
La ciudad de Valledupar vio levantarse en su centro, por arte de magia (así como surgió el legendario Santo Ecce Homo de la Inmaculada Concepción), un Jesucristo que, al mismo tiempo, agitó sus más grandes fantasmas: el deseo de transformarse en una ciudad creativa de referencia continental, o por lo menos en una ciudad ordenada, y que, en el intento, no logra ni lo primero ni lo segundo.
De repente, el Jesucristo de Pedro Ortega expuso a la luz del día una gran verdad cultural de Valledupar: y es que la ciudad se ha vuelto muy creativa (o experta) en desperdiciar recursos, en malgastar, en poner barreras a aquellos que quieren emprender y evitar que artistas y colectivos hagan las cosas por sí solos (sin la mirada paternalista del funcionario de turno).
El grito de quienes vieron la obra expuesta al aire libre rezumaba admiración e indignación. Sobre todo, mucha indignación. La típica frase “¡Hay que apoyarlo!” volvió a sonar con fuerza, como una reacción natural ante el innegable virtuosismo del artista y su superioridad técnica, como un gesto de caridad ante la generosidad de un hombre desprotegido. Ese grito, vivo y dolido, tiene una buena intención, nace de la necesidad de justicia, pero, en el fondo, no deja de tener un trasfondo de caridad, de compasión y conmiseración.
No tardó mucho la administración de turno, alcalde y director de la Casa de Cultura incluidos, en llegar. Había que mostrar que a ellos también les interesa lo que acontece a nivel cultural. Había también que responder a la presión mediática y ciudadana, avivada desde las redes sociales, y cómo no, quedar bien en la fotografía al lado de Pedro Ortega para anunciar la inmediata disposición para ayudarlo. En ese momento: la limosna se convirtió, una vez más, en acto de sensatez y de redención. Fue lo más rápido y práctico. Una postura que anulaba el gran precepto moderno de que el arte o la cultura no pueden concebirse con “apoyos puntuales” sino con verdaderas políticas. El municipio debe trabajar para que la ciudad sea creativa, y los artistas para que el arte haga de la ciudad un lugar universal.
La obra de Pedro Ortega nos ofreció, sin quererlo, otro gran show municipal. Otra interacción caricaturesca entre administración y ciudadanos. Fue un espectáculo parecido al mural borrado de la plaza Alfonso López o de los monumentos del Parque de la Provincia y el Peter Manjarrés solitario de la rotonda cercana al Cacique Upar: imprevisión, impulsos, dinero soltado sin criterio artístico y ganas irremediables de quedar bien.
Más que un apoyo, el Jesucristo del Parque de las madres se merece el tratamiento adecuado para que la obra se conserve adecuadamente y perdure en el tiempo, pero también una placa con el nombre de su autor y una corta explicación de cómo surgió para que la gente recuerde y alimente la “leyenda”, y que se sepa que, en una ciudad como Valledupar –muy parecida a Macondo–, existen personas que de la nada hacen maravillas. También podría incluirse al artista en un programa de talleres de escultura, o encargarle obras en lugares estratégicos de la ciudad, pero estos son asuntos que requieren otro análisis y otra mirada.
Lo bueno de esta historia es que la fama le llegó a Pedro Ortega. Le cayó del cielo y, con ella, también aparecieron las filas de aduladores y curiosos, anhelosos de tomarse fotos en presencia del gran artista y decir que conocieron a una leyenda viva de Valledupar. De la misma forma, el artista vio cómo unos mariachis celebraban por primera vez su cumpleaños en el Parque de las Madres, deseándole larga vida y muchas bendiciones. El realismo mágico ya no tenía parangón. El nuevo capítulo de “Cien años de soledad” se estaba escribiendo en tiempo real. La ilusión fue grande, enorme, y esperemos que dure mucho más de lo que haya tardado Pedro Ortega en concebir la obra.
Lastimosamente, en Macondo, el olvido vuelve siempre con redobladas fuerzas…
Johari Gautier Carmona
@JohariGautier
Sobre el autor

Johari Gautier Carmona
Textos caribeños
Periodista y narrador franco-español. De herencia antillana. Dirige PanoramaCultural.com.co desde su fundación en 2012.
Escribe sobre culturas, África, viajes, medio ambiente y literatura. Todo lo que, de alguna forma, está ahí y no se deja ver… Autor de "El hechizo del tren" (Ediciones Universidad Autònoma de Barcelona, 2023), "África: cambio climático y resiliencia" (Ediciones Universidad Autónoma de Barcelona, 2022), "Cuentos históricos del pueblo africano" (Ed. Almuzara, 2010), Del sueño y sus pesadillas (Atmósfera Literaria, 2015) y "El Rey del mambo" (Ed. Irreverentes, 2009).
6 Comentarios
Grande...Pello. Excelente artículo Johari.
Me encantó Johari!! Tal cual!
Esta obra y su autor son muestra de eso que brota en Valledupar como el maná que alimentó al pueblo de Israel. ARTE. Como esta obra ,como las de Rafael Escalona, Emiliano Zuleta y muchos otros más que no alcanzaría el tiempo y espacios para describirlos. Como Pedro Ortega en Valledupar existen muchos más cada uno en su materia del ARTE esperando una oportunidad de poder presentarle a el pueblo su destreza pero la falta de oportunidades y acompañamiento de los entes gubernamentales, personas que nacen crecen y se pierden en el olvido porque nunca pudieron mostrar ese don que Dios les Regalo.Pedro Ortega es ese grito en la penumbra diciendo aquí estamos los artistas que clamamos por una oportunidad.
Muy elocuente y aceptada su apreciación, cargada de palabras que engalanan la obra echa por el señor artista, saludos desde Quito ECUADOR y espero que las autoridades puedan apoyarlo para que pueda vivir y trabajar dignamente y eso que si lo hacen sea sin politiquería pueblerina de lo que se acostumbra en nuestra costa norte colombina, un abrazo y bendiciones
es muy bacano
Excelente artículo.
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