Pensamiento

Nacionalismo excluyente: el lado oscuro de la Globalización

Antonio Ureña García

03/10/2018 - 23:40

 

Nacionalismo excluyente: el lado oscuro de la Globalización
Viñeta política del dibujante Ferran Martín / La Información

Poco tiempo atrás, diversos medios nos sorprendían con titulares similares a este: “Matteo Salvini, el extremista y xenófobo ministro del Interior italiano que quiere "limpiar" el país de migrantes y gitanos ”. No era el único político europeo en hacer declaraciones contra la inmigración y el “diferente”. Dicho relato cobra fuerza en el mundo en general -desde que Trump ocupó el despacho de la Casa blanca- y en Europa en particular -con el auge de los partidos de extrema derecha-. ¿Ambos acontecimientos están relacionados?

En nuestro artículo, publicado por PanoramaCultural.com.co, titulado ¿Comienza una “nueva era”?, reflexionamos sobre la vinculación de los discursos con apelaciones supremacistas, xenófobas o incluso misóginas, pues esta “nueva era” ha visto desmoronarse la euforia que la globalización trajo consigo en sus primeros momentos.

La “Aldea Global” y las “autopistas de información” -que permitirían la libre circulación de capitales a lo largo del mundo convertido en un inmenso mercado, capaz de potenciar un desarrollo, también global, no conocido hasta el momento - se han dado de bruces con la realidad. Esa apelación a la unidad y hermandad universales, ese ecumenismo, se ha visto sustituido por el discurso patriotico y del rechazo al diferente. En sus intervenciones públicas, Trump ha repetido una y otra vez el mismo mantra: la pérdida de patriotismo ha acarreado todos los males que aquejan a EE.UU.

No es casualidad que durante el mes de junio 2018, el citado Matteo Salvini escandalizara a propios y extraños con declaraciones que en otros tiempos hubieran acarreado su cese inmediato. Así afirmó estar preparando un censo sobre los gitanos en Italia: “a los que sean irregulares los echaremos y desafortunadamente mantendremos a los que son italianos”. Como dice Julio Algañaraz, al comentar la noticia en el diario argentino Clarin (19/06/2018), dichas aseveraciones no causaron sorpresa, pero sí conmoción por su contenido y “estilo neofascista”, en un país que hace 80 años, en plena dictadura de Benito Mussolini, eliminó a muchos gitanos. Y es que el neofascismo, no está presente solo en las calles de la vieja Europa, también ocupa sillones en sus parlamentos.

Llegado a este punto, deberíamos preguntarnos: ¿A qué se debe el repunte del fascismo, o en su versión “más light”, del nacionalismo excluyente señalado en el título? Hace tiempo venimos alertando desde estas páginas sobre el lado oscuro de la globalización. En líneas anteriores aludíamos al discurso eufórico con el cual era presentada; una euforia que pretendía ocultar sus sombras.

Para encontrar los orígenes de la globalización es necesario bucear siglos atrás en la historia. Ya desde los primeros tiempos -recordemos la época de La Colonia- es fuente de desigualdad e inequidad tanto inter como intranacional.  Las naciones pobres suministran recursos naturales y mano de obra barata a las mejor posicionadas, además de, por ejemplo, suponer un mercado para su tecnología obsoleta o emplazamiento a sus industrias más contaminantes. Obtener tales recursos con precios muy bajos implica mantener al país sumido en la pobreza y apoyar, cuando no imponer, regímenes corruptos encargados de cercenar derechos y aplastar todo intento de subversión, no sea que les dé por reclamar como suyo el fruto del expolio.

Si lo anterior es un ejemplo de la situación internacional, los mismos parámetros son válidos para el análisis interior de las naciones. No se puede beneficiar a los más poderos sin recortar derechos esenciales -salud, educación, protección social, etc.- a las clases peor situadas, ya de por sí empobrecidas por la precariedad laboral o los sueldos de miseria que la desregulación ha traído consigo.

La globalización económica, como hemos afirmado, se constituye en instrumento desigualdad e inequidad para la mayoría, creando una sociedad empobrecida y fracturada. Es necesario, entonces, disponer de una herramienta que aumente la cohesión social y actúe a modo de cortina de humo para esconder la auténtica realidad y las verdaderas causas del problema. Esta herramienta de cohesión es el discurso nacionalista y patriótico, que sitúa por encima de intereses individuales los de un ente abstracto llamado patria -o conjunto de intereses de los grupos dominantes- en estos momentos ensombrecida por acción de sus enemigos interiores: grupos de izquierda, minorías étnicas y un largo etc.; así como exteriores: otras naciones y fundamentalmente los que vienen de fuera. Se pregona así que los emigrantes, supuestamente, reciben multitud de beneficios a costa de la ciudadanía nacional. Unos beneficios -unos derechos- que escasean al haber sido previamente suspendidos o hurtados. Pero esto no se dice. Es la misma una explicación muy pueril y, sin embargo, muy útil para mantener el status quo de este sistema excluyente.

Como dice Omar García Olascoaga ( en “Presencia del neofascismo en las democracias europeas contemporáneas”, 2018), las ideologías defensoras del nacionalismo excluyente están calando en sociedades en crisis que buscan en un supuesto pasado inmemorial la respuesta a sus preocupaciones presentes y futuras. Así visto, fascismos y populismos nacionalistas tendrían una misma base.  Es el llamado por Roger Griffin, historiador del fascismo europeo, mito palingenésico o concepción basada en la existencia de una serie de valores inmanentes que nutrirían la regeneración nacional después de un período de sombras y decadencia provocada por “los enemigos de la patria”.

En Italia, Mussolini presentaba su régimen como una segunda encarnación del Imperio Romano. Por su parte, Hitler veía el Tercer Reich como la vuelta del Sacro Imperio Romano Germánico (Primer Reich) y el Imperio Alemán de Otto Bismarck (Segundo Reich). En España, Franco quería restaurar las glorias del Imperio Español de Carlos V o Felipe II. Mientras la población se moría de hambre, se pregonaba que “España era una unidad del destino en lo universal”.

Aquellos discursos grandilocuentes escondían una realidad de miseria, lo mismo que el actual el discurso patriótico en contra de los emigrantes esconde la realidad de una historia que se trata de ocultar. Como afirma el expresidente de Uruguay José Mujica: “España e Italia vomitaron millones de inmigrantes y se han olvidado rápido de su historia”.

Para esconder este “olvido”, nada casual por otra parte, se recurre a la retórica nacionalista de la que venimos hablando y así esconder el “lado oscuro de la Globalización” con su halo de desigualdad y miseria, causa también de los movimientos migratorios.

 

Antonio García Ureña

naantees@gmail.com

Sobre el autor

Antonio Ureña García

Antonio Ureña García

Contrapunteo cultural

Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.

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