Ocio y sociedad

Valledupar: la ciudad que se volvió jungla

Johari Gautier Carmona

10/10/2022 - 04:55

 

Valledupar: la ciudad que se volvió jungla
Foto que ilustra el peligro de los huecos en la calles de Valledupar / Fuente: El Pilón

 

En su hoja de vida, todo se alineaba para un triunfo asegurado. La ciudad de Valledupar había reunido entre los años 2012 y 2019 los elementos necesarios para sobresalir como una gran capital departamental del Caribe colombiano. La “sorpresa Caribe” –término acuñado en los años 90 debido a su gran desarrollo frente a otras urbes del litoral caribeño[i]– tenía las cartas perfectas para florecer y coronarse como una ciudad prodigiosa. Sólo faltaba perseverar con calma y visión. Pero todo se fue al garete en un tiempo récord. Así de rápido, tan rápido como desaparece un castillo de arena a la orilla del mar.

La ciudad de Valledupar se ha vuelto, ahora, una suerte de jungla, llena de maleza y de escombros, una nebulosa en constante expansión, compuesta esencialmente de huecos –más o menos grandes– que funcionan como agujeros negros en los que desaparecen los vehículos y en donde se acumula basura en sus linderos debido a la incompetencia de la empresa pública de aseo. Conducir por la ciudad de Valledupar se ha convertido incluso en algo más peligroso que viajar por las carreteras que llevan a Manaure (Cesar) o Plato (Magdalena). Algunos atrevidos comentaristas en redes sociales se arriesgan a comparar la ciudad de Valledupar con el queso suizo lleno de agujeros -el famoso Gruyère– en el que se esconde el ratón Jerry para escapar del gato Tom.

Aquí los huecos se combinan exóticamente con un paisaje retrógrado. La ciudad de Valledupar recuerda ahora aquellos documentales de tipo “vintage” de los años 80, descoloridos y borrosos. El paseante se ve, de repente, inmerso en una experiencia surrealista, un collage improvisado de residuos de plástico esparcidos sobre el monte quemado o el asfalto desintegrado, y, ese paisaje anárquico, como sacado del fin del mundo, le acompaña en múltiples lugares y le invita a preguntarse: ¿Cómo carajo llegamos a esto? Pocos son los sectores que se salvan: desde la Simón Bolívar hasta la carrera cuarta, pero sobre todo las periferias, aquellos lugares en los que la autoridad municipal no parece haber pisado suelo.

La otra gran ironía es la forma en la que todo se arregla. Durante tres años, la ciudad cae en la absoluta desidia, las quejas crecen, se multiplican, los ciudadanos despotrican acerca de los malos olores y las inclemencias del suelo urbano, se resignan sobre el futuro de la urbe, y, de repente, un día cualquiera, el alcalde se despierta más animado de lo habitual. Algunas de las denuncias le han llegado al oído y, por arte de magia, con un rostro reluciente, expresa ante su celular que va a lanzar una “Ruta tapa-huecos” para acabar con mil huecos. Sí, mil huecos. La cifra suena maravillosa, pero, ¿cuántos huecos hay en una selva? ¿Diez mil? ¿Cien mil? Y sobre todo, ¿de qué sirve lanzar una campaña de este tipo, llena de energía y de apariencias, si luego regresan otros dos años de olvido? La jungla es el medio natural en donde todo crece sin control, y, a la fecha de hoy, esto es lo que mejor identifica a Valledupar.    

No obstante, más allá de esta visión impactante y esencialmente material, nos interesa sobre todo describir el proceso de descomposición cultural y social que ha vivido una ciudad en donde se considera que todo es posible (incluso lo mejor). 

En las últimas décadas, la ciudad de Valledupar se había beneficiado de un título pintoresco: el de “Capital mundial del Vallenato”, que le otorgaba un rango internacional, lleno de empatía y exotismo, gracias a un festival de música vallenata que ensalza cada año las virtudes de reyes del acordeón. Además de esta expresión macondiana (nacida de un realismo mágico omnipresente), la urbe se vio respaldada en los últimos años por nuevos logros y avances en el plano social, cultural y turístico que dejaban entrever un inusitado esplendor.

La incorporación de Valledupar en la red de “Ciudades creativas” en 2018 y la inauguración de distintos monumentos alegóricos al folclor local –como el famoso Diomedes Díaz o el juglar Leandro Díaz– esbozaban un horizonte optimista y una gran lista de oportunidades. Es cierto que la destrucción del mural “Valledupar, tierra de dioses” mancillaba la gestión cultural de un municipio concentrado en la inauguración enloquecida de obras, pero de forma general, la tendencia era positiva y el desarrollo dependía, en buena parte, de las buenas intenciones de sus dirigentes.

Ese paradigma fue, durante un tiempo, motivo de debate. Los gurús de la “economía naranja” discutieron con los de la economía tradicional, hasta que llegó una nueva administración y, de entrada, la ciudadanía entendió lo que estaba a punto de ocurrir. La posible edificación del Cerro de Hurtado –permitida por una alcaldía indolente– y la destrucción de un paisaje natural de valor único daban el tono de apertura a un año 2020 imprevisible. Los habitantes de Valledupar veían cómo el destino de su ciudad se acercaba aventuradamente al de Santa Marta, capital del Magdalena, la cual, tras varias décadas de enceguecimiento, ha visto cómo su costa quedaba desfigurada por culpa de innumerables proyectos urbanísticos frutos de la especulación inmobiliaria y turística.

Poco después, cuando todavía la ciudad trataba de digerir el mensaje dejado por las manifestaciones a favor de la defensa de su patrimonio natural, la pandemia del Covid-19 irrumpió con toda la brutalidad y el pánico de un fenómeno desconocido de tamaño global. Valledupar se paralizó durante meses, siguiendo los trazos de una cuarentena sin fin, y las gestiones culturales adoptaron la forma de convocatorias puntuales que ayudaron a algunos artistas a seguir adelante (aunque la mayoría tuvo que buscar su sustento organizando talleres a distancia o vendiendo panes de queso).

En realidad, el Covid-19 se convirtió en el mejor escudo de una administración sin ideas. Durante ese tiempo, todos los males de un municipio sin aire, asolado por el desempleo y la pobreza extrema, se atribuyeron al virus que mantenía al mundo entero en sus casas, y, mientras las alarmas se encendían, los dirigentes del municipio encontraban aire en el simple hecho de que no había nada que hacer. El “inmovilismo con tintes de movilidad” se convirtió, de un día para otro, en la bandera de un mandato interminable, y la pantomima en su mejor baza.

Tras el periodo de aislamiento preventivo, el acto de creación más bello que se dio a conocer en la capital mundial del Vallenato vino de la misma ciudadanía. Fue algo tan inesperado como milagroso: el Jesucristo esculpido por las manos de Pedro Ortega -en un árbol seco del Parque de las Madres- mostraba a la luz del día que lo mejor que podía llegar a esta pueblo venía de las manos de artistas anónimos. Y más adelante, cuando el municipio ya tuvo la posibilidad de organizar eventos públicos, cuando por fin podía dar espacio a la fantasía y a la participación ciudadana, lo primero que hizo fue copiar milimétricamente –y, de paso, suspender– un evento que se había dado exitosamente en los años previos a la pandemia: el Festival de la Quinta.  

El mensaje mandado por la alcaldía fue tan claro como punzante. No estaba dispuesta a apoyar eventos organizados por gestores independientes -aunque estos buscaran un fin tan loable como la recuperación del centro histórico de la ciudad–, pero, además, se destruía el esfuerzo de quienes habían invertido tanto tiempo y generado tantas bellas experiencias. En ese momento, era evidente que Valledupar se había transformado en una jungla para sus creadores y gestores. Una selva amenazante y cruel para los cuidadores de su centro histórico. Un mar de lodo movedizo para quienes formulan proyectos o proponen ideas originales.

Poco después, el director de la Casa de la Cultura se despidió de su función en medio de quejas por la falta de diálogo y las malas gestiones, y, atenazado por la falta de brillo, el municipio anunció –por todo lo alto– la construcción de un parque con el nombre de uno de sus artistas más simbólicos: Poncho Zuleta. El evento debía llamar la atención de la ciudadanía y recordar las inauguraciones de otros monumentos en el Parque de la Provincia. De hecho, los organizadores parecían haber calcado el manual del alcalde anterior, como si haciendo esto la suerte empezaría por fin a sonreírles. Sin embargo, las administraciones sin ideas terminan como empiezan. En pleno acto protocolario, todos se dieron cuenta que la excavadora con la que se debía iniciar simbólicamente la obra no funcionaba. Y por mucho que lo intentara el personal contratado para la ocasión, no arrancó. Triste reflejo de unos años desperdiciados y con muy poca fortuna.

El terrible balance social de una ciudad venida a menos

A pesar del color y la armonía de su folclor, de la calidez y la creatividad de su gente, la realidad social de Valledupar se ha deteriorado drásticamente en el último lustro. En el año 2019, ya describíamos cómo la capital del Cesar vive peligrosamente mecida por un realismo mágico y trágico, y exponíamos algunos casos ilustrativos de corrupción, el aumento de la pobreza y la explosión de la inseguridad.

No obstante, Valledupar se ha afianzado como el triste ejemplo de que, cuando las cosas van mal, siempre pueden ir peor. Uno de los indicadores que más preocupan ubica la ciudad como la segunda capital con más desempleo en Colombia[ii], con una tasa de 16.4%. Lejos ha quedado el periodo de oro del 2013 al 2015 en el que las cifras alcanzaban mínimos históricos (con un 8%).

El mercado laboral de Valledupar se asemeja al desierto de la Guajira, tan árido y seco que nadie se atreve a caminar por él. Las grandes empresas eluden un lugar en donde la productividad y la rentabilidad son bajas, y los jóvenes en edad de trabajar escapan en dirección de ciudades más prósperas como Barranquilla, Medellín y Bogotá, adonde, además, se valora mucho más su creatividad y conocimientos. 

Como consecuencia de este contexto precario e inhóspito, la informalidad se ha convertido también en una marca de identidad de Valledupar. Se estima que la informalidad llega a un 63.8% de los ocupados[iii], una cifra rocambolesca que ilustra el estado del mercado laboral, convertido en otra jungla –dentro de una jungla mayor– en donde prolifera el caos y escasean las oportunidades.

Y como si no fuera poco, la inseguridad se ha disparado en el año 2022 hasta llegar a niveles terriblemente inquietantes. El 2022 supera los niveles de los últimos 5 años[iv], demostrando así que la crisis no es pasajera o casual, sino que es el fruto de un profundo malestar y de un descomunal abandono.

Este resultado tiene múltiples explicaciones. La falta de objetivos es una, la inexistencia de una visión de ciudad y de un modelo económico es otra. Y si a todo esto le añadimos la poca competencia de los dirigentes, la inexistente planeación, y la descontrolada tarifa de la electricidad, el experimento termina en una selva urbana de tamaño gigantesco, destructiva y despiada (en donde ni siquiera la música vallenata sirve de paliativo). 

Así pues, Valledupar se encuentra a la deriva, como un barco en donde el capitán y los subalternos hacen todo menos apreciar el horizonte y los vientos. Lo único que les preocupa en este momento es lo que pueden amasar en la despensa. Y los demás pasajeros, ¿qué pueden hacer? Nada… Salvo quizás aprender la lección, abrir los ojos, esperar y votar la próxima vez por un “capitán” que realmente sepa del tema.

 

Johari Gautier Carmona

@JohariGautier

 

Referencias:

 

[i] Valledupar ya no es la sorpresa Caribe. El Heraldo, 30 de junio del 2011.

https://www.elheraldo.co/valledupar/valledupar-ya-no-es-la-sorpresa-caribe-27636    

[ii] El desempleo en Valledupar, análisis y propuestas. La silla vacía, 3 de agosto del 2022.

https://www.lasillavacia.com/historias/historias-silla-llena/el-desempleo-en-valledupar-analisis-y-propuestas/

[iii] En julio aumentó el desempleo y la informalidad en Valledupar. El Pilón, 31 de agosto del 2022. 

https://elpilon.com.co/en-julio-aumento-el-desempleo-y-la-informalidad-en-valledupar/

[iv] Valledupar superaría en cifras los homicidios de los últimos cinco años. El Pilón. 21 de septiembre del 2022.

https://elpilon.com.co/valledupar-superaria-en-cifras-los-homicidios-de-los-ultimos-cinco-anos/

 

Sobre el autor

Johari Gautier Carmona

Johari Gautier Carmona

Textos caribeños

Periodista y narrador. Dirige PanoramaCultural.com.co desde su fundación en 2012.

Parisino español (del distrito XV) de herencia antillana. Barcelonés francés (del Guinardó) con fuerte ancla africana. Y, además -como si no fuera poco-: vallenato de adopción.

Escribe sobre culturas, África, viajes, medio ambiente y literatura. Todo lo que, de alguna forma, está ahí y no se deja ver… Autor de "Cuentos históricos del pueblo africano" (Ed. Almuzara, 2010), Del sueño y sus pesadillas (Atmósfera Literaria, 2015) y "El Rey del mambo" (Ed. Irreverentes, 2009). 

@JohariGautier

1 Comentarios


Aníbal Barros Villazón 11-10-2022 09:08 AM

Un buen trabajo que deja ver los estragos del modelo neoliberal acatado sumisamente por nuestros gobernantes desde el gobierno de Virgilio Barco.

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