Música y folclor

Emilianito y Poncho, rostros de la Dinastía a la que le rinde honores el Festival Vallenato

María Ruth Mosquera

26/04/2016 - 06:50

 

Emiliano y Poncho Zuleta / Foto: FFLV

Sí. Suele suceder. “La gente dice que todo es alegría”, aunque en la vida que ellos escogieron “se sufre, se goza, se ve feliz; hay ratos solemnes y otros de agonía, y muchas veces tristes”. De eso podrían dar cátedra en estos días, cuando han tenido que recurrir a esa madera fina de la que están hechos los artistas, para reemplazar con sonrisas el cansancio y las deudas de sueño; todo, para poder atender con regocijo los actos en los que se les rinden honores de gratitud por todo el bien que con su arte le han hecho a la humanidad.

“Todas las cosas que son culturales, donde la gente lo quiere a uno, lo exalta, automáticamente a uno le repercute en emoción, en satisfacción, en ganas de seguir adelante con la música, de seguir produciendo cosas, seguir tocando mejor; eso es un incentivo inmenso; significa todo para uno”, dice Emilianito, refiriéndose a las profusas expresiones de cariño de estos días, cuando se ha materializado el homenaje que, en cabeza de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, les rinden el mundo a él y su hermano Poncho, como representantes insignes de la Dinastía Zuleta, aportante excelsa de un folclor que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Todo lo que pueda hacerse en este homenaje es poco para agradecerles a la grandeza de su aporte a la historia folclórica de esta región. Este es una verdad en la que coinciden destacados investigadores, que los califican como la más grande dinastía con que cuenta la música vallenata.  “La dinastía Zuleta es la más grande que ha parido el folclor vallenato. Hay muchas que le han dado muchísimo lustre al folclor, pero es la dinastía Zuleta la más recia que tenemos hasta este momento. No hay ningún apellido que tenga tanta resonancia como el Zuleta: Hay  acordeoneros excelentes, creadores de escuela como Emilianito Zuleta; verseadores insignes como Héctor Zuleta e Iván Zuleta; compositores, ahí está Emiliano que además de ser maestro del acordeón, fue el primer rey de reyes de la canción inédita. Por otro lado, si necesitamos que haya alguien con grandes condiciones humorísticas de sostener una parranda, ahí está Fabio, que les echa cualquier clase de ‘sanas mentiras’ porque esos son personajes también que se necesitan en ese ambiente musical”, expone el investigador y escritor Julio Oñate Martínez.

Han sido varias semanas escuchando sus cantos, sus cuentos, su historia, la inmensidad de su legado, que ya alcanza las cuatro generaciones y que justifica la razón por la cual el Festival decidiera que en honor a ellos debía hacerse este certamen, previo a la celebración del rey de reyes. Todo empezó con Cristóbal Zuleta, un juglar en toda le extensión de la palabra, y Mercedes Zuleta, hombres de música, que cantaba como ninguno en la región, además de interpretar muy bien el tiple y la guitarra. Ellos, hijos de Job Zuleta, de quien el investigador Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa cuenta que “era político, abogado empírico. Era el alcalde de San Diego y cualquier día salió de pelea con los sandieganos, embarcó todos los elementos de la alcaldía en un burro y trasladó la cabecera municipal para La Paz”

Había para esa época en El Plan de la Sierra Montaña, jurisdicción de La Jagua del Pilar, La Guajira, una muchacha llamada Sara María Salas Baquero, con la que Cristóbal Zuleta tuvo un romance, del cual nació Emiliano Zuleta Baquero. Lógico era que la información genética del hijo de esta pareja trajera cromosomas predominantes para la creación musical, la poesía, el arte, la cuentería, pues a la herencia musical de Cristóbal se sumaba que la que más tarde se inmortalizó como ‘La Vieja Sara’ era poetisa y decimera, reconocida en la comarca.

El hijo les salió hermoso. Emiliano era, según descripción de su nieta María Zuleta Díaz, “un hombre muy bonito, blanco, rosado”, al que le coqueteaban las mujeres. En sus andanzas de músico, conoció a Pureza del Carmen Díaz Daza, con quien se confirmaron todas las ‘teorías’ del amor a primera vista. Fue un amor profundo, intenso, invencible, que resistió incluso los vientos en contra que se presentaron, amén de la oposición de María Francisca Díaz, madre de Carmen, quien en vano intentó alejar a su hija del hombre que se dedicaba a algo tan mal visto como la música de acordeón, sinónimo de trago, mujeres y futuro incierto. Pero la fuerza del amor se impuso y los enamorados se ‘salieron a vivir’, huyeron de la posición implacable de la madre de ella y fueron a refugiarse donde la madre de él. La Vieja Sara los recibió y allá, en El Plan, fue concebido su primer hijo, al que por ser descendiente de Emiliano, desde el embarazo comenzaron a llamar Emilianito, como se le conoce hasta el día de hoy.

Fue una unión de 25 años y ocho hijos, cinco varones, todos músicos, y tres mujeres: Emiliano Alcides, Tomás Alfonso, María, Carmen Emilia, Fabio, Mario, Héctor y Carmen Sara. “La fusión entre el viejo Emiliano y la Vieja Sara dio como resultado a estos portentos. Todos los hijos del viejo Emiliano y Carmen Díaz son compositores, son músicos; quizás el que se nos fue, que Dios se llevó tempranamente, Héctor, ha sido el más completo de los Zuleta Díaz. Héctor tocaba todos los instrumentos, tenía una visión espontánea, de la música y el folclor, era verseador, dejó una historia de composiciones extraordinarias”, precisa Álvaro Morón Cuello, abogado de siempre de Los Zuleta, quien destaca las cualidades de cada uno de los hermanos. Emiliano Alcides cayó flechado ante los encantos del acordeón desde el mismo momento en que tuvo contacto con él, escuchándolo en las parrandas de su papá, a la que llegaban los reconocidos trovadores de la región; Tomás Alfonso, aunque toca caja y guacharaca, fue dotado con una voz prodigiosa, heredada de su tío-abuelo Mercedes Zuleta, al punto de ser denominado como ‘El Pulmón de oro’; Fabio heredó de su padre la magia para narrar cuentos, contar anécdotas y también para componer; Mario, quien murió también, dejo una especial lista de canciones.

Todos músicos. Y de ellos, hay dos que lograron consolidarse y mantenerse vigentes, como grandes dentro de un folclor que traduce el modo de vida de las gentes de una región, que es testimonial; un folclor que ellos han construido con su vida misma. “Nacimos en una finca de café del Cerro Pintao, arriando mulas”, cuenta Poncho Zuleta, pues una vez nacido Emilianito en El Plan, Emiliano (papá) y Carmen Díaz se radicaron en Villanueva, donde nacieron los demás hermanos, y crecieron entre la finca El Piñal, en el cerro Pintao, y el barrio San Luis, en el pueblo. El legado musical continúa en Efraín, hijo menor de Emiliano Zuleta Baquero, y en los hijos de Emilianito y Poncho.

A los hermanos mayores, Emilianito y Poncho, los mandaron a estudiar a Tunja, donde vivieron las peripecias y nostalgias de los jóvenes cuando salían de su patria chica, en busca de oportunidades para ‘convertirse en alguien’. Ya Carmen Díaz había sufrido hasta las lágrimas por alejar a Emilianito del acordeón, pero no lo había logrado y veía cada vez más lejos la ilusión de que él le diera el gusto de tener un hijo militar. “Nos mandaron para esa preciosa ciudad y allá vivimos la nostalgia que vive el estudiante cuando sale de su casa; salir uno a una región que es la  antítesis de su lugar, donde hay unas costumbres tan diferentes, el clima, la comida, todo; ese cambie fue brusco, fuerte para nosotros, llorábamos mucho en ese internado, era una ciudad como un páramo, nevaba permanentemente, cubierta de hielo, a las seis de la tarde se congelaba; evoca Poncho y reitera que “el primer año fue terrible para Emiliano y para mí.

Era el tiempo en que las cartas entre su pueblo natal y su lugar de residencia, Tunja, tardaban tres meses en llegar; un marconi tardaba quince días y para hablar por teléfono debían poner las citas a las ocho de la mañana para una llamada que salía a las cuatro o seis de la tarde. “Cuando llegue al internado de ese colegio de Boyacá; un colegio hermosísimo, muy fino, mucha cultura, una disciplina, y yo venía de acosar -con el perdón de la expresión - a las burritas de mi tierra, fue un cambio muy brusco. El primer día la fila pal comedor, llego el prefecto de disciplina - me pusieron un plato de changua – y me decía: coma costeño… dure los primeros quince días a punta de pan y coca cola. Emiliano había llegado dos años primero, era el mayor, estaba más acostumbrado”. Fue allá donde Emiliano compuso la canción que La Herencia: “No es una herencia material a la que me refiero yo, es una herencia musical, la que mi padre me dejó”.

Así ha sido la vida de estos hermanos, que le han regalado al mundo más de cuarenta años de alegrías, de emociones, de experiencias vividas, de motivos para amar a su territorio con todo lo que tiene; más de cuatro décadas haciendo éxitos, aportando al engrandecimiento del folclor vallenato, pasando por duras pruebas y también momentos gratos, como lo dijo Emilianito en una canción que cantó su hermano Poncho, en el que confiesa algo “que la gente no sabe, que hay ratos tan amargos por culpa del folclor”, que “quizás cuantas noches he visto salir / la luna radiante por la madruga’ / quizás cuantas noches sin poder dormir / a veces con ganas de irme a acostar”, pero que toca seguir adelante porque tienen a todo un mundo dependiendo anímicamente de su música.

Son cosas que llenan de nostalgia a estos dos mortales, que como seres humanos que son, han tenido diferencias, se han separado musicalmente y atendiendo el llamado de la sangre se han vuelto a unir; que se aman desde lo profundo de los genes que comparten, que los unen y los llevan a compartir la vida, los triunfos, las tristezas, los homenajes como el que hoy se les hace, aunque en este momento sus destinos musicales no sigan el mismo itinerario, aunque las nostalgias permanezcan presentes. “porque cuando toco mi triste acordeón / quisiera reírme y quisiera llorar / porqué cuando escucho a mi hermano cantar / quisiera una copa llena de licor / quisiera un momento olvidar el dolor / que pasen las penas y sentirme feliz / al lado de mi hermano / con quien he batallado para poder vivir”.

Un homenaje más que merecido es, entonces, el que hoy les rinde el universo del vallenato, un homenaje al que vienen gentes de los más recónditos rincones, atendiendo la invitación de los hermanos: “Yo quiero que vengan, la gente de todo el planeta / que vengan los vivos y aquellos que están en el cielo / que venga Colacho, que venga Escalona y Alejo / el Viejo Emiliano y Consuelo / que venga Armando Zabaleta”.

 

María Ruth Mosquera

@Sherowiya

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