Pueblos

Manos que tejen esperanza y tradición

María Ruth Mosquera

04/09/2015 - 05:40

 

Edeisuana Epiayú / Foto: María Ruth Mosquera

Las manos laboriosas sujetan el tejido con los dedos medio, anular y meñique. Pulgar e índice de la mano derecha manipulan la aguja, mientras los de la mano izquierda hacen maniobras ágiles con el hijo; lo extienden y enrollan con una habilidad que embelesa.

Hace calor en la avenida Primera de Riohacha. Edeisuana Epiayú está ubicada debajo de un roble, que le proporciona su sombra para mitigar las altas inclemencias del sol, al tiempo que le sirve de teatro de creaciones y comercialización de su arte ancestral. Viste una manta rosada con acabados de hilos diversos, accesorios artesanales, una mochila pequeña cruzada y una pañoleta hecha a mano. Al lado tiene decenas de mochilas, pañoletas, pulseras, llaveros y otras manualidades que la identifican como auténtica wayúu, representante de la casta Epiayú, del resguardo Mañatú, en Aremasaín, en la Alta Guajira.

“Tengo 20 años. Estoy tejiendo desde que tengo ocho”, dice con un acento indígena, sin alterar la rutina de sus manos. Su oficio es una herencia de sus mayores, de las mujeres que fueron antes que ella en su familia y que se han encargado de transmitir el legado identitario de lo que son. “Mi mamá teje chinchorros, mochilas…”; señala el tendido de éstas que tiene al lado y afirma que todas, absolutamente todas, han sido elaboradas por ella y otros parientes.

Un recorrido en cifras por su cotidianidad pone de presente las dificultades que enfrenta, no solo ella sino las muchas tejedoras y comerciantes de mochilas wayúu que a diario se apuestan a lo largo de esta, la principal calle de la capital guajira. Dos semanas tejiendo una mochila, que tiene un precio de 50 mil pesos que a veces baja a 40 mil, amén de las dinámicas de compra, venta y descuentos. En los días buenos logra vender cinco y seis mochilas, pero hay otros en que la venta es de solo una o a veces regresa en ceros a su casa, donde la espera su hijo y su compañero.

De allá sale todos los días temprano: Diez minutos de camino hasta Aremasaín, donde aborda un carro que la trae a Riohacha a ella y a otras de su resguardo que, fieles a su cultura matrilineal, salen a trabajar a diario, a compartir las realidades de ‘La Primera’, la calle que bordea la playa, es escenario turístico de la ciudad, al que las dinámicas del comercio ha traído a otras mujeres no indígenas, pero sí tejedoras de mochilas y todas las cosas que Edeisuana vende, que han visto una oportunidad de negocio en las tradiciones artesanales indígenas. “La gente enseña a tejer por plata. Yo no doy pa’ enseñar a nadie. Enseño a mí”, dice.

Sus palabras son pausadas y no muchas, pero están repletas de sabiduría, vigor y esperanza; tienen la esencia de las usanzas de los suyos, de su lengua nativa: el wayunaiki, la que habla cuando está casa, en su entorno; pero acá en La Primera habla español, porque su oficio así lo requiere.

Edeisuana es una mujer tranquila, irradia paz, en medio del tráfico y la multitud que aumenta y disminuye al ritmo del devenir cotidiano del comercio. Ahí permanece día tras día, escogiendo los hilos, mesclando sabiamente los colores, diseminando la identidad wayúu a través de los productos elaborados por sus manos, que hoy hace parte de atavíos alrededor del mundo. Ahí está sentada, a la sombra del roble, tejiendo esperanza y tradición.

 

María Ruth Mosquera

@sherowiya

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