Música y folclor
Andrés “El Turco” Gil y la escuela de los Niños vallenatos
Su academia musical es una de las más famosas del mundo y, sin embargo, siempre tiene las puertas abiertas. Al igual que ella, su fundador, Andrés “El Turco” Gil, es un hombre increíblemente humano, sencillo y cercano.
En sus oficinas me recibió un día de abril, un día cualquiera, de esos que parecen que va a llover pero que no se atreve. Los alumnos estaban diseminados por las distintas salas de la escuela, en el patio, la entrada y hasta la mismísima oficina del director. El ruido del acordeón, las carcajadas, los comentarios diversos lo invadían todo.
El Turco Gil me recibió con esa serenidad que genera simpatía. Una sonrisa sin sonrisa y un apretón de mano que inspiran confianza. La grabadora ya encendida, el hombre me narró su historia por el inicio, es decir por donde empezamos todos.
Nació en Villanueva (La Guajira), tierra de artistas. Su padre era músico y, por efecto del destino, él acabó entrando en ese mundo sin realmente darse cuenta. A los siete años ya tocaba la trompeta, luego estudió el saxofón y el clarinete.
Me cuenta que a su casa llegaba todo tipo de personajes: famosos y menos famosos. Intuyo que su hogar era abierto como esta escuela de renombre. Un día, después de una parranda, Andrés “El Turco” descubre un acordeón abandonado u olvidado en ese entorno en constante movimiento. Lo estudia con esmero, lo analiza hasta que se percata de algunas limitaciones que lo frustran: el instrumento sólo cubre 7 notas y no permite recrear todos los sonidos.
El cambio se produce un poco después, en el año 1966. “Nos llegó un acordeón completo y me entusiasmé”, explica El turco Gil. A partir de entonces, empieza un ciclo de interpretaciones y composiciones sin precedentes.
En 1967, hace su primera grabación y expone un estilo muy vanguardista. “Muchos no entendían lo que hacía –explica El Turco y añade–: Gustavo Gutiérrez dijo que me había adelantado 30 años en la historia del vallenato”.
El ruido fue extendiéndose al igual que la popularidad de El turco. Padres y madres del barrio empezaron a mandarle sus hijos para que los formara y él respondía siempre con ese apego que lo caracteriza.
Poco a poco, Andrés El Turco fue ganando una fama de formador hasta que, sin darse cuenta, la Academia de Música Vallenata ya estaba constituida. “Yo no he buscado esto –afirma Andrés–: ¡Me lo trajo Dios!”.
Mientras descubría y consolidaba talentos, los Niños Vallenatos del Turco Gil fueron ganando fama. Ahora son reconocidos a nivel mundial y entre sus giras pueden destacarse, entre otras, la del festival internacional en Panamá en 1999, la primera salida a los Estados Unidos en 1999, la presentación en el Centro cultural Rómulo Gallegos de Venezuela en el año 2000, las actuaciones en el Palacio Imperial de Tokio (2003), los conciertos en Rusia (2010) y la reciente actuación en la Cumbre de las Américas (2012).
Los niños del vallenato se han convertido en un fenómeno mundial y, no obstante, El Turco reconoce que no le gusta viajar. “No aguanto un mes estar fuera de mi país”, me explica. Su amor por la tierra y su escuela es descomunal.
En general, los resultados obtenidos por la academia son deslumbrantes. Pocas personas pueden presumir de que el 90% de sus alumnos ganen concursos musicales importantes y El Turco, que bien podría hacerlo, no lo hace.
Como consecuencia de todo esto, aquí vienen personas de todo el país y del mundo entero con el fin de manejar el acordeón a la perfección. En su oficina, El Turco me enseña la fotografía de un belga que vino para estudiar unos meses y se quedó tres años. Otro francés, canadiense y un mexicano querían aprender el acordeón y acabaron en esta misma escuela. Todos aparecen fotografiados con El Turco y él habla de ellos con el cariño de un padre. “Ellos me quieren a mí y yo a ellos”.
Cuando le pregunto por un momento especialmente bonito, EL Turco me responde que no sabría decirme. “Cada día que paso aquí es maravilloso”, me comenta. Unos segundos después me enseña un libro que le mandó el ex-presidente de Estados Unidos y en el que aparecen unas palabras dedicadas a su persona. Evidentemente, el presidente de Estados Unidos reconoció en él un hombre de gran corazón y en los muros de la academia no faltan las fotos de Clinton en compañía de los Niños vallenatos.
Antes de finalizar mi entrevista, me atrevo a preguntar al maestro un pronóstico para el concurso vallenato en categoría profesional, pero él prefiere abstenerse. Todo es posible, me explica. “La música es como el deporte –añade–: No sólo basta el talento, también hay que jugar bien el día del partido”.
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